Corrían tiempos en que aún había eruditos y médicos que se preguntaban si la mujer era “un ser humano”, cuando Teresa de Ávila,
con tanta pasión como claridad intelectual emprendió la reforma del
Carmelo. La niña que a los siete años intentó partir a tierras de moros
con su hermano Rodrigo para sufrir martirio, demostró el mismo ímpetu
cuando tras ingresar en la orden, de tanta oración y penitencia, cayó
enferma, entró en coma profundo y estuvo amortajada y en sepultura
abierta tres días enteros, y luego tres años sin poder andar. Pero una
vez recuperada, sin desterrar el entusiasmo, desarrolló su contrapeso:
la visión objetiva.
Estos dos aspectos, pasión y razón, unidos a una honradez orientada
hacia la verdad, son los puntales en que se apoyaron su personalidad,
sus actos y sus escritos. Así, dentro del Carmelo, fue despojando
situaciones e ideas de falsos ropajes para que algunas cosas quedaran en
su sitio; desenmascaró costumbres engañosas y se atrevió a escribir y
comentar textos que podían poner en peligro su persona (la Inquisición
estaba al acecho). Todo ello hace que sus obras estén vivas y nos
transmitan a la vez su fuerte carácter y el pulso de la época.
Por Clara Janes
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