Canta el gallo al pie de la montaña de El Castellet.
El sol del mediodía se filtra entre los olivos mientras un niño da
saltos en una cama elástica. Un poco más allá, dos practican skate.
Otros están haciendo experimentos en el laboratorio, rodeados de pieles
de serpiente, paneles de abejas y probetas con sulfato de cobre
pentahidratado. Varios leen en la biblioteca y los más pequeños se
entretienen en el Rincón del Maquillaje y los Disfraces. Es jueves y
deberían estar en el colegio, recitando las tablas de multiplicar,
reprimiendo un bostezo en un pupitre de cara a la pizarra.
Pero algunos de ellos no han ido a una clase convencional en su vida. Nunca han hecho un examen.
No saben lo que es llegar a casa cargados de deberes. No tienen colgado
en el corcho de su habitación un horario que distribuye las
asignaturas. Son los niños que cada mañana, de 9.00 a 14.00 horas,
acuden a Ojo de Agua, un lugar de 26 hectáreas en mitad del campo en Orba (Alicante) al que sus fundadores se resisten a llamar escuela.
Por Olga R. Sanmartín
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