¿Quién no tiene broncas, discusiones o desencuentros con gente?
¿Quién no se encuentra, alguna vez, atrapado en una situación tensa, a
veces con alguien querido, y otras veces con personas a quienes quizás
ni conoces? Y es verdad que somos gente de paz, que queremos vivir
en armonía, concordia, y que lo de «bienaventurados los mansos» lo
tomamos en serio. Pero es tan humano el no entenderse, el tener
perspectivas diferentes y el enfadarse… Sin embargo, precisamente porque
somos humanos, a veces tendremos bronca…
NO PERDER la PERSPECTIVA
Si hubiera que dar un consejo sobre cómo vivir los conflictos,
probablemente uno de los buenos sería «no conviertas en personal lo que
no lo es». Normalmente uno de los saltos más excesivos, y a menudo
hirientes, es el que pasa del disgusto por una acción a la
descalificación de una persona. Puede ser que no me guste esto que has
hecho. Pero de ahí a decirte que «eres…» hay un salto que, casi siempre,
es injusto. Las personas no somos tan fácilmente catalogables. Somos
complejos, somos difíciles. Tengamos razón o no, lo que tenemos son
motivos para lo que hacemos. Y aprender a descubrir los motivos
ajenos, saber leer las otras batallas, es el único camino para no
convertir las tensiones en guerras. Jesús mismo se enfrentó a mucha
gente, muchas veces. Pero, condenando acciones e hipocresías, una y otra
vez tendía la mano a las personas.
TRABAJAR el PERDÓN
Hace tiempo alguien me dijo, al pedirle perdón, algo así como el perdón no varía los hechos. Es evidente que no. Pero los hechos no son la última verdad, sino lo que hacemos con ellos.
De los hechos aprendemos, rectificamos lo que podemos, intentamos sanar
las heridas que hayamos podido causar. Negar el valor de la
reconciliación; convertir los agravios en muro definitivo; atascarnos en
un veredicto de culpabilidad, o no dar tiempo al lenguaje del perdón,
eso está muy lejos de la misericordia que aprendemos en Jesús.
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