En los últimos meses no paramos de recibir informes en los que se nos
alerta de una desigualdad creciente y de sus fatales consecuencias,
pero pocas veces llegan análisis sobre las causas, más allá de una
simple acusación dirigida al sistema capitalista.
A mi juicio, las causas del crecimiento de la desigualdad las podemos resumir en tres: Una de naturaleza moral, otra de naturaleza política y una tercera de naturaleza económica.
La causa de naturaleza moral no es otra que la soberbia.
No la codicia, sino la soberbia. La codicia o el afán de poseer más y
más no tiene límite, pero difícilmente alcanza el nivel de acumulación
al que se llega cuando lo que se pretende es dominar. La soberbia
encuentra en la acumulación de riquezas la vía más eficaz para ese
poder.
El gran maestro C. S. Lewis nos decía que mientras
que la mayor parte de los pecados, como la gula o la lujuria, son de
naturaleza animal, es decir, nos hacen comportarnos como algo inferior a
lo que somos, la soberbia nos hace sentirnos superiores de lo que
realmente somos, lo cual es mucho más grave. La idolatría del dinero
tiene por tanto como trasfondo una idolatría de nosotros mismos.
Las otras dos causas que describo a continuación ya no son causas
“últimas” sino causas que se ponen en marcha solo cuando hay un
determinado nivel de desigualdad y que provocan un agravamiento de la
situación a través de círculos viciosos. Serían como la segunda y
tercera marcha de un coche que solo pueden entrar en funcionamiento
cuando el coche está ya andando. Esto significa que bastaría con
eliminar el desorden moral para acabar con la desigualdad.
Por Jorge Serrano
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