23 abril 2014

Miriam Fonseca FI


En la madrugada del día 20 de abril celebrábamos con gozo la Resurrección de Jesús; en la madrugada del día 21, como a la zaga del Maestro, Miriam sorprendentemente nos dejó, fue llevada a participar en plenitud de esa vida resucitada, explosión de alegría, paz, amor… En un abrazo eterno nuestro Dios, todo ternura y misericordia, ha acogido entre sus brazos a Miriam, mujer, Hija de Jesús, tierna y misericordiosa con todos los que se acercaron a ella.
Una malaria le ha arrebatado la vida a Miriam como se la arrebata cada día a miles de personas en los lugares más pobres de nuestro planeta. A ella, que en su vida siempre deseó compartir la suerte de los pobres, le fue dado compartirla en el último gesto, entregar su vida aun joven, en el hospital de Pemba.
¿Será mera coincidencia? En el evangelio de estos últimos días aparece insistentemente la figura de María Magdalena, la mujer que amó desmesuradamente a Jesús, ante la incomprensión de muchos pero no de Jesús que nos ama sin medida a cada uno. También Miriam tuvo muchos gestos de desmesura porque su amor a los más débiles no conocía medida: en ellos veía a Jesús, el Señor a quien había entregado su vida. “¡Felices los misericordiosos porque Dios tendrá misericordia con ellos!” Miriam pertenecía a este grupo: su corazón grande se le disparaba hacia los más pobres de entre los pobres y con creatividad ideaba el modo de aliviar su sufrimiento y buscar salida a su situación. Su rostro reflejaba una alegría que le brotaba de dentro y su bondad era contagiosa para cualquiera que pasaba por su vida. Como buena Hija de Jesús aprendió de la Madre Cándida a ser presencia sencilla, humilde, discreta y disponible para quienes se acercaban a la misión de Metoro.
Miriam llegó desde Brasil a Mozambique hace ya 6 años. Al pisar la tierra roja africana sintió en sus entrañas que pisaba algo suyo, la tierra de sus antepasados, que fluía por sus venas una sangre nueva, se sintió parte de este gran continente y su corazón se prendó de esta gente. Y esto le ayudó a insertarse, sembrarse en este pueblo en el que ahora reposa.
Hoy lloran a Miriam los niños de la escolinha a la que dio tanto de su vida: cada uno era para ella único y contaba y recontaba sus historias con orgullo o con pena de madre.

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