En Blangladesh, donde un 65% de las menores de 18 están casadas, la educación es una herramienta fundamental para combatir esta tradición, muy asociada a la pobreza

“No quería dejar la escuela. Soy buena estudiante, quiero ir a la universidad”, dice la joven que hoy tiene 15 años y cursa noveno de primaria. Su madre, Nooryehan Begam, de 39, la observa con orgullo mientras la escucha hablar resuelta e intentar expresarse en inglés cuando el vocabulario que domina se lo permite. “No se me da muy bien”, admite. Pero le gusta practicar. “Para ser maestra lo necesitaré”.
Obligada a ser adulta antes de tiempo, como la mayoría de críos del país, Jesmin trabajaba en una fábrica textil cuando el matrimonio estuvo a punto de truncar (más) su destino. “Cosía abalorios en la ropa”, explica. De familia paupérrima y residente en uno de los poblados de chabolas de la capital, Dacca, su vida cambió el día que ingresó en un colegio de la ONG española Educo. Dejó su empleo y hoy se costea su formación dando clases a siete niños por un sueldo de 15.000 takas al mes (unos 175,5 euros).
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