La semana pasada han salido nuevamente datos de pobreza 2014 en España del INE. Son descorazonadores. La pobreza ha experimentado su mayor alza desde el inicio de la crisis;
22,2% de la población en España está bajo el umbral de la pobreza, 30%
en el caso de los niños y niñas. La privación material severa en
niños/as ha aumentado, y es preocupante la situación de los menores que
provienen de las familias más pobres, y de los extranjeros no europeos.
Estos datos parecen increíbles, inverosímiles. Y para una parte
importante de la sociedad lo son: no por mala voluntad o maldad, sino
porque no es parte de su realidad cotidiana: no se lo acaban de creer,
parecen demasiado. Comentando estos datos con una mujer inteligente,
encantadora y generosa (características que en ella son tan exageradas
que es casi injusto: es un portento). Me preguntaba: "¿pero dónde está
esa gente, que no los veo?". Y reflexionábamos que una cosa es ver a
personas en situación de pobreza, y otra muy distinta es reconocerlos. ¿Los vemos? Claro. ¿Los identificamos como tales? Claro que no.
No hay una forma física característica, la pobreza no es un distintivo,
a quien vive en ella no se le nota. Reconocemos a quienes responden al
estereotipo, a los que coinciden con la imagen previa que tenemos. A los
demás no los percibimos como personas pobres, porque no nos lo parecen.
Y bien está.
Por Gaby Jorquera
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