Entre los árboles del bosque, Dios
escoge y planta una rama tierna. Entre las semillas, el Reino de Dios se
compara con la más pequeña de ellas.
La pequeñez es el sacramento que
evidencia la grandeza de Dios en la historia de la salvación, en la vida
de la Iglesia, en la vida de cada creyente.
La pequeñez sin apariencia del grano de mostaza se hará enramada tan grande que a su sombra podrán anidar los pájaros del cielo.
Ese grano de mostaza, semilla
insignificante, ni “atrayente a los ojos” ni “deseable para lograr
inteligencia”, se podría llamar «Belén Efratá»: “Y tú, Belén Efratá,
pequeña entre los clanes de Judá, de ti voy a sacar al que ha de
gobernar Israel”. Lo podrías llamar «cabaña de David»: “Aquel día
levantaré la cabaña caída de David, repararé sus brechas, restauraré sus
ruinas y la reconstruiré como antaño”. Lo puedes llamar «resto de
Israel»: “Aquel día, el resto de Israel y los supervivientes de la casa
de Jacob no volverán a apoyarse en su agresor, sino que se apoyarán con
lealtad en el Señor, en el Santo de Israel”. Lo puedes llamar «renuevo»
y «vástago»: “Se desploma el Líbano con todo su esplendor; pero
brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un
vástago”.
Por Santiago Agrelo
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