Supone la tercera fuente de ingresos para la delincuencia organizada en todo el mundo, 39.000 millones de dólares de ganancias a cambio de truncar las esperanzas y sueños de miles de personas. Es la trata de seres humanos, la esclavitud del siglo XXI, un problema del que aún se desconoce su verdadera magnitud y que hasta hace pocos años no contaba con una tipificación específica en legislaciones como la española. Isela tiene 26 años, es rumana y ha conseguido escapar de las garras de sus captores. Hace un año alguien le prometió ayuda para encontrar un trabajo como interna en España y ella aceptó. Después del viaje se dio cuenta del engaño, su destino era un prostíbulo. “Yo les pregunté, pero qué es esto, y ellos me contestaron: tu trabajo, claro”. Cuando se negó e intentó marcharse, sólo obtuvo una respuesta: “tú no vas a ningún lado”.
Como Isela (cuyo nombre es ficticio, como el de resto de víctimas que aparecen en el reportaje para proteger su seguridad) miles de personas en el mundo son víctimas cada año de las redes de trata de seres humanos; un negocio lucrativo, la tercera fuente de ingresos del crimen organizado internacional –después de tráfico de drogas y de armas–, con 39.000 millones de dólares de ganancias al año, y en constante expansión aprovechando las expectativas de los más vulnerables de conseguir una vida mejor.
Como Isela (cuyo nombre es ficticio, como el de resto de víctimas que aparecen en el reportaje para proteger su seguridad) miles de personas en el mundo son víctimas cada año de las redes de trata de seres humanos; un negocio lucrativo, la tercera fuente de ingresos del crimen organizado internacional –después de tráfico de drogas y de armas–, con 39.000 millones de dólares de ganancias al año, y en constante expansión aprovechando las expectativas de los más vulnerables de conseguir una vida mejor.
Por Begoña Olabarrieta
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