Nace en el seno de una familia acomodada, en la que no es difícil
descubrir esa ascendencia judía que en Castilla era muy abundante.
Recibe los apellidos de Cepeda y Ahumada. Estamos en 1515, año de
cambio. Navarra se ha incorporado a la Corona de Castilla y Carlos de
Habsburgo, todavía muy joven, se prepara para consolidar una monarquía
restauradora de la unidad nacional y que recibe del Papa el título de
Católica. En Ávila, que es uno de los núcleos esenciales en esa
espiritualidad, Teresa descubre muy pronto la vocación religiosa, aunque
tendrá que esperar hasta 1533 para vencer las reticencias de su familia
y entregar su alma exclusivamente al servicio de Dios. La Encarnación,
donde ingresa, pertenece al Carmelo.
Son los años duros en que
Lutero pone en marcha una reforma que se inspira en el nominalismo
voluntarista y hace de la fe el eje único de la vida cristiana, pero un
siglo y medio antes se había puesto en marcha una reforma católica
española, italiana y renana que descubre en el ser humano esas
dimensiones que le permiten crecer mediante el ejercicio. En el silencio
del claustro, Teresa medita y encuentra esa reforma que responde a sus
preguntas: ¿qué es la vida humana? y ¿cómo resolver la gran cuestión que
sacude a Europa? Carlos V ha renunciado a la lucha retirándose a uno de
los cenobios clave de esa reforma española, los Jerónimos de Yuste.
Pero España, según lo ve Teresa, ha dado ya los pasos decisivos:
jerónimos, benedictinos, dominicos y franciscanos han creado en su seno
movimientos de renovación eficaces. Y ahora, Ignacio de Loyola ha puesto
en marcha esa síntesis que son los ejercicios espirituales.
Por Luis Suárez
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