20 febrero 2015

«La tentación promete el cielo pero esconde una prisión»

En este comienzo de Cuaresma, el evangelio nos habla de las tentaciones. ¿Sigue teniendo sentido este discurso en la actualidad? Hablamos de ello con José María Rodríguez Olaizola (Oviedo, 1970), jesuita y sociólogo, quien afirma que «el principal reto es ser traductores del Evangelio» para demostrar que lo que nos dice Jesús sigue teniendo sentido.
«En los medios de comunicación, en la publicidad por ejemplo, se juega de manera frívola con la tentación. Se presenta como algo que apetece un poco, en lo que a lo mejor me dejo caer. Desde ese punto de vista, hablar de tentaciones puede resultar muy represor: la Iglesia aparece como aquella que quiere “matar la alegría de vivir” porque, como cantaban aquellos, “todo lo que me gusta es ilegal, es inmoral o engorda”. Ésa es una visión tramposa, porque en realidad la tentación es algo que me promete el cielo, una vida estupenda, algo maravilloso, pero que a la hora de la verdad lo que enmascara es una prisión, una manera de perder la vida».

Comunicador 
Este jesuita, que combina su labor pastoral en Valladolid con su pasión por la comunicación, ha visitado nuestra diócesis para impartir un ciclo de conferencias. Escritor y responsable de iniciativas de evangelizaciónen internet como Rezando Voy, dedica gran parte de sutiempo a presentar la respuesta del Evangelio a la realidad “atravesada” del hombre y la mujer de hoy. En este tema de las tentaciones, Olaizola afirma que ese disfraz bondadoso también aparece en las tentaciones de Jesús. «Para Él son también la promesa de algo muy bueno aparentemente, pero que con toda probabilidad le conduciría a perder la esencia del mensaje que quiere dar». Traducidas, las tres tentaciones son muy paradigmáticas: la tentación de los atajos, “haz magia, convierte a las piedras en pan”, nos convierte en el fondo en gente expuesta a un Dios mágico que mata la responsabilidad de las personas a muchos niveles. La segunda, la tentación del espectáculo, “tírate del alero del templo, impón tu grandeza”, intenta que Jesús abandone su manera de convencer, no con fuegos artificiales sino con una palabra de verdad. La última tentación, la tremenda, “adórame y te daré todo”, invita a un poder que se convierte en dominio. El fondo es el mismo: “conviértete en alguien que sea incuestionable, imponte por pura evidencia”. Eso anularía la libertad humana para aceptar o no aceptar, para sumarse al proyecto de Dios o no. Muchas personas poderosas a lo largo de la historia han acabado sepultados en el tiempo. A Jesús, que eligió otro camino, seguimos buscando el modo de seguirle».
Por Ana Medina

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