Luis se sumerge cada mañana, bien temprano, en la inmensidad de los
cañales de la comunidad de las Anonas, en el Bajo Lempa (El Salvador). Allí, se gana la vida a la misma velocidad que la pierde.
Cosas del destino: no puede abandonar la profesión por que su vida y la
de los suyos depende de los menos de cinco dólares que el jornal le
permite llevar a casa. Suele aprovechar el amanecer para labrar las
tierras de otro. Acostumbrado a perderse y encontrarse, en una
interminable extensión de terreno, no duda en reconocer que ese oficio
no le conviene ni él, ni a su familia, ni a su pueblo.
Vive con Julia (una guapa mujer salvadoreña) y su pequeño en una
humilde vivienda ubicada en una de las colonias que lindan con los
‘dulces’ campos de cultivo. Nos dedica un tiempo de conversación a su
regreso. A esa hora, el sol golpea con la máxima contundencia tropical;
de tal manera, que parece imposible continuar respirando un segundo más.
Es tan sofocante que el aire llega a quemar en el interior de los
pulmones. Por ese motivo, pasado el mediodía se detiene todo el
trabajo para evitar los posibles efectos que el pico de más calor en el
día puede provocar sobre la salud.
Juan de Sola, periodista y presidente de la ONG Agareso
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