26 enero 2015

La historia de un azucarillo

Luis se sumerge cada mañana, bien temprano, en la inmensidad de los cañales de la comunidad de las Anonas, en el Bajo Lempa (El Salvador). Allí, se gana la vida a la misma velocidad que la pierde. Cosas del destino: no puede abandonar la profesión por que su vida y la de los suyos depende de los menos de cinco dólares que el jornal le permite llevar a casa. Suele aprovechar el amanecer para labrar las tierras de otro. Acostumbrado a perderse y encontrarse, en una interminable extensión de terreno, no duda en reconocer que ese oficio no le conviene ni él, ni a su familia, ni a su pueblo.
Vive con Julia (una guapa mujer salvadoreña) y su pequeño en una humilde vivienda ubicada en una de las colonias que lindan con los ‘dulces’ campos de cultivo. Nos dedica un tiempo de conversación a su regreso. A esa hora, el sol golpea con la máxima contundencia tropical; de tal manera, que parece imposible continuar respirando un segundo más. Es tan sofocante que el aire llega a quemar en el interior de los pulmones. Por ese motivo, pasado el mediodía se detiene todo el trabajo para evitar los posibles efectos que el pico de más calor en el día puede provocar sobre la salud.
Juan de Sola, periodista y presidente de la ONG Agareso

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