Nunca he terminado de comprender del todo a quienes defienden una fe tan espiritual tan espiritual que se despega de lo humano más humano. Será que soy de los que tienen el privilegio de elegir creer, querer creer, e intentar vivir con fe. Tampoco les pillo el truco a quienes proponen un enfrentamiento entre Dios y el hombre, alegando que “la idea de Dios” viene a esclavizar, a moralizar, a dogmatizar, a completar en el hombre sus inquietudes y a dar respuestas cómodas. Mejor dicho, a los que sólo pueden “pensar” una “idea de Dios”, les entiendo perfectamente en este sentido. Como a cuantos han tenido una mala experiencia en su camino, o se les ha metido una china en el zapato que les hace estar pendientes sólo de aquello que pisan. A esos, sí les comprendo. A quienes quieren “pensar a Dios” sin dejarle hablar, o sin encontrarse con el Dios vivo y verdadero, con el amante del hombre, con el Dios apasionado por la humanidad hasta el punto de hacerse “uno de tantos”.
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