Para muchos historiadores la muerte prematura de Rafael en 1520 marca el final del Renacimiento clásico y el comienzo del Manierismo. Ahora el Museo Nacional del Prado en colaboración con el Museo del Louvre organiza esta exposición sobre los últimos 8 años de Rafael. Más de 70 piezas para admirar la evolución del pintor.

Sin embargo, precisamente por encarnar el canon, la valoración de la obra de Rafael decae con la irrupción de las vanguardias, al principio, decididas a acabar con cualquier rescoldo de clasicismo, como lo había sido el movimiento prerrafaelita. Y será la estela que deja la impronta del gusto antiacademicista en la historiografía del arte en el siglo XX la que explica la tardía revisión de Rafael, que arranca de los años ochenta del siglo XX y que se intensifica en la última década en grandes exposiciones internacionales: Londres (2004), Roma (2006) y Urbino (2009), centradas en el primer Rafael en Umbría y la Toscana y sus primeros trabajos en Roma.
Corresponde ahora al Museo del Prado en colaboración con el Louvre, por ser los dos museos que poseen más cuadros de la última etapa, revisar a Rafael a partir de 1513, cuando monta el taller más grande del Renacimiento y, al hilo que se impone su éxito, comienzan a arreciar las primeras críticas. Pues, como ya comentamos recientemente tras el viaje a Roma siguiendo las huellas de Rafael, bajo el pontificado de León X, que le convirtió en arquitecto y prefecto de las antigüedades de Roma además de encargarle decoraciones murales de sus estancias y los tapices para la Capilla Sixtina, la rivalidad que mantuvo entonces con Sebastiano del Piombo, protegido de Miguel Ángel, comenzó a minar la valoración sobre su calidad, como lo traslada Vasari en sus célebres Vidas. Pero aquellas críticas a duras penas pudieron afectar a sus pinturas de caballete, ya que muy pocas de aquella época fueron conocidas en Roma, por tratarse de encargos de comitentes transeúntes o extranjeros, como Francisco I.
Por tanto, es una oportunidad única poder comprobar, en este conjunto de más de setenta obras, lienzos, tablas, tapices y dibujos dispersos por numerosos museos y colecciones particulares, la evolución de Rafael como pintor junto a los que nombró herederos de su taller, Giuliano Romano y Gianfrancesco Penni, que llevaron a cabo muchos de los cartones preparatorios de estas pinturas, prolongando la actividad de la firma “Rafael” hasta el Saco de Roma en 1524.
La exposición ofrece, en primer lugar, el reto de rastrear la autoría de Sanzio. Para los comisarios, Tom Henry y Paul Joannides, especialistas en Rafael, ha supuesto sobre todo un examen visual, ante la falta de nuevos documentos que pudieran completar la datación. Además, otra dificultad estriba en que, en realidad, se trata de una producción aislada, separada técnica y temáticamente de los grandes frescos y tapices, en los que desarrolla ciclos narrativos, históricos y mitológicos, a diferencia de las pinturas, prácticamente dedicadas a la temática religiosa y los retratos, a través de los que Rafael, en una suerte de desdoblamiento, desarrolla una intensa indagación estilística, compositiva y técnica, que produce un conjunto de obras llamadas a encarnar el clasicismo del Renacimiento según el dictado rafaelesco, a pesar de las variadas innovaciones respecto a su producción anterior.
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