En la historia de Europa está la raíz cristiana y el peso de la razón
Debate Cañizares/Zapatero
Seis ministros y una veintena de responsables de medios de comunicación
nacionales se darán cita en la II Escuela de Verano de la UCAV, que se
clausurará con el debate entre el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero y el cardenal Antonio Cañizares. Un debate que como explicó el director de La Razón, Francisco Marhuenda,
ha despertado una "enorme expectación" y en el que sus dos
protagonistas abordarán temas como la importancia del humanismo en
momentos de crisis, la familia, la educación o el papel de la Iglesia en
el Estado.
...
El
espíritu conciliar de la afirmación de Pablo VI en su primera encíclica
de que «la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca
vivir: la Iglesia se hace palabra, la Iglesia se hace mensaje, la
Iglesia se hace coloquio» (Ecclesiam suam, 34), es sin duda lo que mueve
al cardenal Antonio Cañizares Llovera a mantener un debate académico
con el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, ex presidente del
Gobierno, el próximo día 28 de junio sobre «El humanismo en el siglo
XXI», en el marco de la Escuela de Verano de la Universidad Católica de
Ávila. No se trata para el más joven de los purpurados españoles (Utiel,
1945) de hacer con este encuentro un broche de oro en el fin de curso
de la universidad abulense, que él mismo fundó en ésta su primera sede
episcopal a mediados de los 90, o de una puesta en escena mediática,
sino de ejercitar lo que constituye, contra todo prejuicio y tópico con
el que algunos han encasillado injustamente su figura al igual que
ocurriera con la de Joseph Ratzinger, su manera de ser más natural: la
de un hombre profundamente creyente y sencillo, sacerdote apasionado por
Cristo y el ser humano, a los que une inseparablemente, ya que la
felicidad y plenitud de este último –personal y colectiva– depende del
primero, el Hijo de Dios hecho hombre.
Éste es, junto con su amor a la Iglesia y a España, el constante «leit
motiv» de su enseñanza y ministerio pastoral, desplegados tanto en una
intensa vida apostólica, desde que fuera ordenado sacerdote en 1970 y
ejerciera casi todo el tiempo como cura madrileño en la parroquia de San
Gerardo de la capital de España hasta que en 1992 fue elegido obispo de
Ávila y posteriormente arzobispo de Granada, Administrador Apostólico
de Cartagena, y arzobispo primado de Toledo, como en la docencia
universitaria, a lo que se une su servicio actual de estrecho
colaborador del Papa Benedicto XVI como prefecto de la importante
Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.
El cardenal Cañizares es un profundo conocedor de la Iglesia en
nuestro país y de la sociedad española en general, ya que su trabajo
pastoral le ha dado la oportunidad de tratar de cerca a infinidad de
personas y colectivos, así como por sus encargos en la Conferencia
Episcopal, de la que ha sido vicepresidente.
Esta trayectoria ministerial está marcada profundamente en el
cardenal Cañizares por su gran preparación teológica (es doctor en
Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca y miembro de la
Congregación de Doctrina de la Fe) y su quehacer docente en la
mencionada universidad, en Seminario de Madrid y en el Instituto de
Ciencias Religiosas y Catequéticas S. Dámaso.
Con su experiencia pastoral, ciencia teológica y convicción personal y
sacerdotal, el cardenal Cañizares seguro que hará en su esperado
diálogo con el ex presidente Zapatero la amable propuesta del humanismo
cristiano de que, según el dicho evangélico, la Verdad nos hace libres
(cfr. Jn, 8,32), frente a quienes erróneamente postulan que la libertad
nos hace verdaderos. Todo un ejercicio de diálogo del que tan necesitado
estamos.

Zapatero
ha sido nuestro primer líder postmoderno, un político convencido de la
flexibilidad total de la realidad y del poder que el discurso político
puede ejercer sobre la sociedad: complicado bagaje de partida para
lidiar con los crueles destinos que reserva la política a los más
atrevidos. Para algunos, esta característica hizo de Zapatero un buen
líder a la hora de implementar el cambio social; para otros, lo
convirtió en un sujeto peligrosamente ajeno a las lecciones de la
experiencia y a la prudencia que requieren las altas responsabilidades.
El ex presidente, en esta su primacía de la ideología sobre las
inercias de equilibrios cristalizados, consideró insuficiente para una
democracia verdaderamente madura la laicidad de nuestro Estado o la
memoria sobre la Guerra Civil y el franquismo. La ruptura generacional
encarnada por un Rodríguez Zapatero empeñado en completar un trabajo no
acabado, no sólo concernió a la clase política en general, sino también a
la familia socialista en particular. Dejó atrás la imagen de sus
mayores, socialistas «de pelo en pecho», representantes de una izquierda
bastante clásica, para dejarse permear por un proyecto ideológico de
una nueva izquierda que encontraba netamente insuficientes los
postulados de la socialdemocracia tradicional o de los partidos
izquierdistas más ortodoxos. La lucha por la igualdad debía extenderse a
nuevos sujetos y no limitarse a la economía; entraba, así, en el
debate, la dimensión del reconocimiento de mujeres, homosexuales,
culturas no occidentales o periféricas, y la política debía adquirir un
rol central en la implementación de esa inclusión.
Zapatero, en esa búsqueda de un nuevo sello político para una izquierda
un tanto desorientada y desgastada, encontró un aliado en la moda
académica del llamado republicanismo cívico. Nuestra democracia liberal
se asienta en una tensión: por un lado, la política y la administración
de instituciones muy desarrolladas exigen una clase política
especializada y profesional. Por otro, esta clase debe tener un especial
vínculo con el resto del demos, pues su trabajo versa sobre algo que
afecta a todos. Así pues, esta tensión se resuelve en la elección
periódica de representantes por parte del pueblo. Sin embargo, un rol
tan pasivo de la ciudadanía no acaba de convencer a quienes pretenden
resucitar esta tradición del republicanismo cívico: la política y la
arena pública no sólo deben ser un lugar de defensa de intereses por
representantes, sino el lugar en el que el pueblo adquiere las virtudes
cívicas en el ejercicio de sus deberes democráticos. Es decir, la unión
entre el pueblo y la clase política ya no es la de una elección o la de
un depósito de confianza, sino la de una identificación real.
Políticas particulares
No cabe duda de que, frente a la imagen de profesionales, tecnócratas u
hombres de Estado que cultivaban los miembros de anteriores gobiernos,
Zapatero ha lucido, no sólo en él, sino en parte de su equipo, una
imagen de cercanía. Zapatero, efectivamente, no sólo había sido elegido
por la común ciudadanía, sino que era uno más de ellos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario