17 junio 2012

En la historia de Europa está la raíz cristiana y el peso de la razón

Debate Cañizares/Zapatero 

Seis ministros y una veintena de responsables de medios de comunicación nacionales se darán cita en la II Escuela de Verano de la UCAV, que se clausurará con el debate entre el expresidente del Gobierno José Luis Rodríguez Zapatero y el cardenal Antonio Cañizares. Un debate que como explicó el director de La Razón, Francisco Marhuenda, ha despertado una "enorme expectación" y en el que sus dos protagonistas abordarán temas como la importancia del humanismo en momentos de crisis, la familia, la educación o el papel de la Iglesia en el Estado.

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El espíritu conciliar de la afirmación de Pablo VI en su primera encíclica de que «la Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir: la Iglesia se hace palabra, la Iglesia se hace mensaje, la Iglesia se hace coloquio» (Ecclesiam suam, 34), es sin duda lo que mueve al cardenal Antonio Cañizares Llovera a mantener un debate académico con el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, ex presidente del Gobierno, el próximo día 28 de junio sobre «El humanismo en el siglo XXI», en el marco de la Escuela de Verano de la Universidad Católica de Ávila. No se trata para el más joven de los purpurados españoles (Utiel, 1945) de hacer con este encuentro un broche de oro en el fin de curso de la universidad abulense, que él mismo fundó en ésta su primera sede episcopal a mediados de los 90, o de una puesta en escena mediática, sino de ejercitar lo que constituye, contra todo prejuicio y tópico con el que algunos han encasillado injustamente su figura al igual que ocurriera con la de Joseph Ratzinger, su manera de ser más natural: la de un hombre profundamente creyente y sencillo, sacerdote apasionado por Cristo y el ser humano, a los que une inseparablemente, ya que la felicidad y plenitud de este último –personal y colectiva– depende del primero, el Hijo de Dios hecho hombre.  

Éste es, junto con su amor a la Iglesia y a España, el constante «leit motiv» de su enseñanza y ministerio pastoral, desplegados tanto en una intensa vida apostólica, desde que fuera ordenado sacerdote en 1970 y ejerciera casi todo el tiempo como cura madrileño en la parroquia de San Gerardo de la capital de España hasta que en 1992 fue elegido obispo de Ávila y posteriormente arzobispo de Granada, Administrador Apostólico de Cartagena, y arzobispo primado de Toledo, como en la docencia universitaria, a lo que se une su servicio actual de estrecho colaborador del Papa Benedicto XVI como prefecto de la importante Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

El cardenal Cañizares es un profundo conocedor de la Iglesia en nuestro país y de la sociedad española en general, ya que su trabajo pastoral le ha dado la oportunidad de tratar de cerca a infinidad de personas y colectivos, así como por sus encargos en la Conferencia Episcopal, de la que ha sido vicepresidente.

Esta trayectoria ministerial está marcada profundamente en el cardenal Cañizares por su gran preparación teológica (es doctor en Teología por la Universidad Pontificia de Salamanca y miembro de la Congregación de Doctrina de la Fe) y su quehacer docente en la mencionada universidad, en Seminario de Madrid y en el Instituto de Ciencias Religiosas y Catequéticas S. Dámaso.

Con su experiencia pastoral, ciencia teológica y convicción personal y sacerdotal, el cardenal Cañizares seguro que hará en su esperado diálogo con el ex presidente Zapatero la amable propuesta del humanismo cristiano de que, según el dicho evangélico, la Verdad nos hace libres (cfr. Jn, 8,32), frente a quienes erróneamente postulan que la libertad nos hace verdaderos. Todo un ejercicio de diálogo del que tan necesitado estamos.

 Zapatero ha sido nuestro primer líder postmoderno, un político convencido de la flexibilidad total de la realidad y del poder que el discurso político puede ejercer sobre la sociedad: complicado bagaje de partida para lidiar con los crueles destinos que reserva la política a los más atrevidos. Para algunos, esta característica hizo de Zapatero un buen líder a la hora de implementar el cambio social; para otros, lo convirtió en un sujeto peligrosamente ajeno a las lecciones de la experiencia y a la prudencia que requieren las altas responsabilidades.
      El ex presidente, en esta su primacía de la ideología sobre las inercias de equilibrios cristalizados, consideró insuficiente para una democracia verdaderamente madura la laicidad de nuestro Estado o la memoria sobre la Guerra Civil y el franquismo. La ruptura generacional encarnada por un Rodríguez Zapatero empeñado en completar un trabajo no acabado, no sólo concernió a la clase política en general, sino también a la familia socialista en particular. Dejó atrás la imagen de sus mayores, socialistas «de pelo en pecho», representantes de una izquierda bastante clásica, para dejarse permear por un proyecto ideológico de una nueva izquierda que encontraba netamente insuficientes los postulados de la socialdemocracia tradicional o de los partidos izquierdistas más ortodoxos. La lucha por la igualdad debía extenderse a nuevos sujetos y no limitarse a la economía; entraba, así, en el debate, la dimensión del reconocimiento de mujeres, homosexuales, culturas no occidentales o periféricas, y la política debía adquirir un rol central en la implementación de esa inclusión. 

Zapatero, en esa búsqueda de un nuevo sello político para una izquierda un tanto desorientada y desgastada, encontró un aliado en la moda académica del llamado republicanismo cívico. Nuestra democracia liberal se asienta en una tensión: por un lado, la política y la administración de instituciones muy desarrolladas exigen una clase política especializada y profesional. Por otro, esta clase debe tener un especial vínculo con el resto del demos, pues su trabajo versa sobre algo que afecta a todos. Así pues, esta tensión se resuelve en la elección periódica de representantes por parte del pueblo. Sin embargo, un rol tan pasivo de la ciudadanía no acaba de convencer a quienes pretenden resucitar esta tradición del republicanismo cívico: la política y la arena pública no sólo deben ser un lugar de defensa de intereses por representantes, sino el lugar en el que el pueblo adquiere las virtudes cívicas en el ejercicio de sus deberes democráticos. Es decir, la unión entre el pueblo y la clase política ya no es la de una elección o la de un depósito de confianza, sino la de una identificación real.

Políticas particulares

No cabe duda de que, frente a la imagen de profesionales, tecnócratas u hombres de Estado que cultivaban los miembros de anteriores gobiernos, Zapatero ha lucido, no sólo en él, sino en parte de su equipo, una imagen de cercanía. Zapatero, efectivamente, no sólo había sido elegido por la común ciudadanía, sino que era uno más de ellos.

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