Cualquiera que haya visto la película La vida de Brian no olvidará
nunca la escena final. Ahí está Brian crucificado, como Jesucristo, y a
su lado, también sujeto a una cruz, un ladrón. El ladrón le dice:
“Anímate, Brian. Tampoco es para tanto”. Y el ladrón empieza a cantar
una canción, a la que se une —no tan convencido— Brian. El plano se
amplía y vemos un sinfín de individuos crucificados, hasta el horizonte,
coreando:
“Mira siempre el lado bueno de la vida… Cuando te sientas hundido,
¡no seas idiota! Frunce los labios, silba y mira siempre el lado bueno
de la vida…”.

Curiosamente, como si alguien hubiera previsto este preciso momento
histórico, existe una abundancia de material académico sobre la
cuestión. Desde el año 2000 se ha visto una enorme expansión en la
investigación de lo que podríamos llamar la ciencia de la felicidad. Se
ha convertido en un terreno de estudio académicamente lícito,
extendiéndose desde la psiquiatría y la filosofía (donde ha residido
desde tiempos de Sócrates) al campo económico. Las Naciones Unidas, la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la
Unión Europea, varios Gobiernos y muchas universidades se han dedicado a
profundizar en la antigua noción —propuesta en el Nuevo Testamento— de
que no solo del pan vive el hombre. Y a darle legitimidad.
La idea consiste en evaluar la salud general de las naciones no solo en
base al PIB, sino —por utilizar un término patentado por el Gobierno
budista de Bután— al PFB, el “producto de felicidad bruta”. Robert
Kennedy dijo una vez que el PIB medía todo “salvo aquello que da valor
real a la vida”. Lo que seguramente no concebía Kennedy es que este
valor real podría llegar a ser medible en cifras. Hoy no hay más que
hacer una breve incursión en Google para constatar que existe una
abrumadora cantidad de datos —números, gráficos, complejas fórmulas
matemáticas— basados en detalladas encuestas hechas en todos los países
del mundo sobre la relativa felicidad del ser humano. Las preguntas,
tanto a noruegos como nigerianos, suelen ser del tipo: “¿Cómo está de
satisfecho usted con su vida? ¿Muy? ¿Algo? ¿Poco? ¿Nada?”. O
directamente se pregunta a la gente que mida su grado de felicidad en
una escala de cero a diez.
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