19 junio 2012

Así será el último día de curso para la ESO en el Colegio Santa María de Granada


Paseo por Granada en

tres poesías y siete historias

  

1ª ETAPA: Colegio – Plaza de Isabel la Católica





En la Plaza se leerá La carta de Colón anunciando el descubrimiento
La Carta de Colón anunciando el descubrimiento
Señor, porque sé que habréis placer de la gran victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, os escribo ésta, por la cual sabréis como en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la armada que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo hallé muy muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas todas he tomado posesión por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho.
A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador a conmemoración de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los Indios la llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción a la tercera Fernandina a la cuarta la Isabela a la quinta la isla Juana [Cuba], y así a cada una nombre nuevo.

La gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia, andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura, salvo que son muy temeroso a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me ha acaecido enviar a tierra dos o tres hombres a alguna villa, para haber habla, y salir a ellos de ellos sin número; y después que los veían llegar huían, a no aguardar padre a hijo; y esto no porque a ninguno se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde yo haya estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio, luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan civiles como pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas aunque, cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del mundo; que se acertó haber un marinero, por una agujeta, de oro peso de dos castellanos y medio; y otros, de otras cosas que muy menos valían, mucho más; ya por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos ni tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón filado. Hasta los pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban lo que tenían como bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí, y daba yo graciosas mil cosas buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan que de todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos. (…)


 

2ª ETAPA: Plaza Nueva - Cuesta de Gomérez


  
En Plaza Nueva se explica de dónde procede su nombre y el trazado de la cuesta. Se leerá un poema de Zorrilla, tras explicar brevemente al autor:

Corriendo van por la Vega

Corriendo van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca, 
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
«Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mio.
Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.
Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios... ¡amor!»
«¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-, 
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»
Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
«Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores 
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»
Y dándole su caballo 
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.





3ª ETAPA: Bosque de la Alhambra



Lectura de un Cuento de La Alhambra de Washington Irving, y explicación breve sobre el autor.

Leyenda del albañil y el tesoro escondido

Hace muchos años, vivió en Granada un maese albañil, tan buen creyente, que nunca dejaba de cumplir con los preceptos y festividades señalados por la religión cristiana. Pero su fe sufría una ruda prueba. Sus esfuerzos para conseguir trabajo sólo eran recompensadas por un aumento de la pobreza y el hambre que pasaba, habitualmente, su numerosa familia.
 Una noche, en uno de los pocos momentos que disfrutaba de felices sueños, fuertes golpes dados en la puerta de la mísera casucha lo arrancaron del camastro.  Encendió un candil y corrió la tranca que aseguraba la entrada. Como por encanto, su mal humor se transformó en asombro y luego en terror. Frente a él tenía a un monje que le pareció altísimo, cuyo rostro delgado y de una extrema palidez no alcanzaba a cubrir la oscura capucha.
 -Vengo en tu busca -dijo el monje con voz cavernosa-, sabiendo que eres buen cristiano y que no te negarás a efectuar una tarea que no admite demora.
 -Estoy a tus órdenes, buen padre -contestó el maese, algo repuesto de la impresión-, siempre que me pagues de acuerdo con el trabajo.
 -Serás bien recompensado. No tendrás quejas, pero como el asunto requiere cierto secreto, me acompañarás con los ojos vendados.
 Nada opuso a esta condición el albañil, ansioso como estaba de ganar algunos céntimos. Largo fue el andar por tortuosos caminos, hasta que el monje se detuvo ante la puerta de un sombrío caserón.
 Rechinó, la cerradura al abrir y  gimieron los goznes al cerrar. Un intenso escalofrío sacudió el cuerpo del maese albañil cuando una mano lo tomó del brazo guiándolo a través de un silencioso pasaje. Al quitarle la venda se encontró en un gran patio, escasamente alumbrado.
 -Aquí -dijo el monje señalando una fuente morisca- harás el trabajo. A tu lado están los materiales necesarios.
 -¿Qué he de hacer, buen padre?
 -Una pequeña bóveda, que tratarás de terminar esta noche.
 La impresión aceleraba el ritmo de su tarea, pero ella requería más tiempo del calculado.
 El canto de los gallos anunciaba  la cercanía del alba, cuando el monje, que no se había apartado de su lado, interrumpió la labor.
 -Por esta noche es suficiente -dijo-; toma tu paga y deja que te vende los ojos. Te guiaré hasta tu casa.
 El maese albañil no opuso reparo. Durante el camino de regreso no dejó de apretar la moneda de oro que le entregara el monje. Al llegar, éste le preguntó si al día siguiente estaba dispuesto a finalizar el trabajo.
 -Vivo para eso, buen padre, pero espero que el pago sea igual al de hoy.
 -Estaré aquí mañana a medianoche.
 Y sin decir más, se perdió en la semioscuridad del amanecer.
 La impaciencia abrumó todo el  día al albañil. La curiosidad atormentaba a su buena mujer. Pero de estas preocupaciones no participaba su numerosa prole, que no hacía otra cosa que comer, desquitándose del hambre de muchos meses.
 Llegada la hora convenida y tomando las mismas precauciones de la noche anterior, volvió el albañil a continuar su obra.
 Al poner término al trabajo, el monje, cuya voz sonaba más cavernosa, dijo:
 -Sólo falta que me ayudes a traer los bultos que has de enterrar en esta bóveda.
 Un nuevo escalofrío sacudió al albañil. La sospecha de que su trabajo se relacionaba con algún asunto macabro lo inmovilizó unos instantes. Sintió erizársele los cabellos. Gruesas gotas de sudor perlaron su frente.
 Fue necesario un nuevo pedido del religioso para que sus piernas, sacudidas por violentos temblores, pudieran arrastrarlo hasta la última habitación de la casa.
 Allí, recién el aliento volvió a su alma. Contra lo que esperaba, sólo vio en un rincón cuatro cofres destinados a guardar dinero.
Grandes fueron los esfuerzos que debieron realizar para arrastrarlos hasta la bóveda. Una vez depositados allí, fácil resultó cerrarla, cuidando de borrar las señales que delataran su trabajo.
 Después de entregarle dos monedas de oro, vendarle los ojos y conducirlo por un camino mucho más  largo que las veces anteriores, el monje, antes de desaparecer, murmuró a su oído:
 -Detente aquí y espera a que suenen las campanas de la Catedral.
Una terrible desgracia caerá sobre ti y sobre tu familia si antes te vence la curiosidad.
 Para que ello no ocurriera, grato entretenimiento se proporcionó el albañil con el alegre tintinear de las monedas de oro. Una vez que sonaron las campanas y pudo arrancarse la venda, se encontró a orillas de un ría, desde donde le era fácil volver a su casa.
 La alegría del buen comer sólo alcanzó a durar dos semanas. Falto nuevamente de dinero y trabajo, su familia volvió a caer en el más mísero estado.  Pasaron así algunos meses. Un atardecer estaba sentado frente a su destartalada casa reflexionando sobre su mala suerte, cuando una discreta tosecilla lo trajo a la realidad.
 Reconoció en el que interrumpía sus meditaciones a uno de los viejos más ricos y avaros que habitaban en la ciudad.
 -Parece, maese albañil, que no te sonríe la fortuna -dijo el anciano con voz chillona.
 -Así es, señor; malos son los tiempos que corren. 
 -Entonces, tomarás a bien que te ayude con un trabajillo, siempre está, que me cobres barato.
 -En cuanto a eso, no tenga temor, no hay en Granada quien trabaje por menos precio.
 -Por eso te busco, buen hombre. Necesito que me remiendes una casa en forma suficiente como para que no se venga abajo.
 -Quedo a sus órdenes, señor.
 -Mañana al amanecer, te vendré a buscar y empezarás tu trabajo.
 Al día siguiente, el viejo avaro llevó al albañil a un caserón al que apenas sostenían las paredes. Después de recorrer las habitaciones fijando las reparaciones necesarias, llegaron a un patio cuyo centro adornaba una fuente morisca.
 El albañil se detuvo, meditando, al parecer, sobre el precio que debía cobrar por su trabajo. 
 -Quien habitó aquí -dijo a modo de comentario- se contentaba con bien poco.
 -Era suficiente para mi inquilino, un viejo y mísero clérigo, muerto hace algunos meses -explicó el avaro-. Se le creía dueño de una gran fortuna, pero, como sabrás, las apariencias engañan. Lo mismo dicen de mí, porque tengo dos arruinadas fincas.
 -Mucho es lo que hay que hacer y largo el tiempo a emplear. Creo haber encontrado una solución. -Siempre que ella no aumente el precio.. . 
 -Por el contrario. Lo mejor será que habite esta casa mientras la reparo: yo me ahorro el alquiler y usted la mano de obra.
 La alegría del propietario no tuvo  límites. El arreglo le resultaba en esa forma mucho más barato de lo calculado.
 Al día siguiente los viejos y escasos muebles del albañil fueron trasladados al derruido caserón. Con la mudanza pareció cambiar la suerte de la familia. El hambre huyó de la casa. A la antigua pobreza la reemplazó un bienestar que aumentaba con el tiempo.
 Tal situación convirtió al maese albañil en propietario de varias fincas, entre las que se incluía el viejo caserón. La Iglesia recibió importantes donaciones. Los pobres, generosa ayuda. Por largos años gozó de sus riquezas y el aprecio de los habitantes de Granada.
 Un día, sintiendo que la vida lo abandonaba, llamó a su hijo mayor.
 -Eres mi heredero -dijo- y por lo tanto depositario del secreto de nuestra fortuna.
 -Si es tu deseo, padre mío -respondió el hijo, cuya pena no alcanzaba a borrar la visión del dinero-, te escucho.  Y con voz que parecía un murmullo, el antiguo albañil contó a su primogénito cómo la casualidad lo  había llevado al sitio en que había enterrado un tesoro, y del cual solamente había gastado una tercera parte.




4ª ETAPA: Fuente de Tomate



Hablaremos sobre Ángel Ganivet y leeremos un poema suyo.

Poema Vivir de Ángel Ganivet

Lleva el placer al dolor
y el dolor lleva al placer;
¡vivir no es más que correr
eternamente alrededor
de la esfinge del amor!
Esfinge de forma rara
que no deja ver la cara…;
mas yo la he visto en secreto,
y es la esfinge un esqueleto
y el amor en muerte para.

5ª ETAPA: Carmen de los Mártires


Hablaremos sobre su historia  y leeremos un poema de San Juan de la Cruz al pie del ciprés que se dice que él plantó.

CANTICO ESPIRITUAL (CA) de San Juan de la Cruz

Canciones entre el alma y el Esposo
Esposa

1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.

3. Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.

Pregunta a las criaturas

4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.

Respuesta de las criaturas

5. Mil gracias derramando
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.

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