Paseo por Granada en
tres poesías y siete historias
1ª ETAPA: Colegio –
Plaza de Isabel la Católica
En la Plaza se leerá La
carta de Colón anunciando el descubrimiento
La Carta de Colón anunciando el descubrimiento
Señor, porque sé que habréis placer de la gran
victoria que Nuestro Señor me ha dado en mi viaje, os escribo ésta, por la cual
sabréis como en 33 días pasé de las islas de Canaria a las Indias con la armada
que los ilustrísimos rey y reina nuestros señores me dieron, donde yo hallé muy
muchas islas pobladas con gente sin número; y de ellas todas he tomado posesión
por Sus Altezas con pregón y bandera real extendida, y no me fue contradicho.
A la primera que yo hallé puse nombre San Salvador a conmemoración
de Su Alta Majestad, el cual maravillosamente todo esto ha dado; los Indios la
llaman Guanahaní; a la segunda puse nombre la isla de Santa María de Concepción
a la tercera Fernandina a la cuarta la Isabela a la quinta la isla Juana
[Cuba], y así a cada una nombre nuevo.
La
gente de esta isla y de todas las otras que he hallado y he habido noticia,
andan todos desnudos, hombres y mujeres, así como sus madres los paren, aunque
algunas mujeres se cobijan un solo lugar con una hoja de hierba o una cofia de
algodón que para ellos hacen. Ellos no tienen hierro, ni acero, ni armas, ni
son para ello, no porque no sea gente bien dispuesta y de hermosa estatura,
salvo que son muy temeroso a maravilla. No tienen otras armas salvo las armas
de las cañas, cuando están con la simiente, a la cual ponen al cabo un palillo
agudo; y no osan usar de aquellas; que muchas veces me ha acaecido enviar a
tierra dos o tres hombres a alguna villa, para haber habla, y salir a ellos de
ellos sin número; y después que los veían llegar huían, a no aguardar padre a
hijo; y esto no porque a ninguno se haya hecho mal, antes, a todo cabo adonde
yo haya estado y podido haber fabla, les he dado de todo lo que tenía, así paño
como otras cosas muchas, sin recibir por ello cosa alguna; mas son así
temerosos sin remedio. Verdad es que, después que se aseguran y pierden este
miedo, ellos son tanto sin engaño y tan liberales de lo que tienen, que no lo
creería sino el que lo viese. Ellos de cosa que tengan, pidiéndosela, jamás
dicen de no; antes, convidan la persona con ello, y muestran tanto amor que
darían los corazones, y, quieren sea cosa de valor, quien sea de poco precio,
luego por cualquiera cosica, de cualquiera manera que sea que se le dé, por
ello se van contentos. Yo defendí que no se les diesen cosas tan civiles como
pedazos de escudillas rotas, y pedazos de vidrio roto, y cabos de agujetas
aunque, cuando ellos esto podían llegar, les parecía haber la mejor joya del
mundo; que se acertó haber un marinero, por una agujeta, de oro peso de dos
castellanos y medio; y otros, de otras cosas que muy menos valían, mucho más;
ya por blancas nuevas daban por ellas todo cuanto tenían, aunque fuesen dos ni
tres castellanos de oro, o una arroba o dos de algodón filado. Hasta los
pedazos de los arcos rotos, de las pipas tomaban, y daban lo que tenían como
bestias; así que me pareció mal, y yo lo defendí, y daba yo graciosas mil cosas
buenas, que yo llevaba, porque tomen amor, y allende de esto se hagan
cristianos, y se inclinen al amor y servicio de Sus Altezas y de toda la nación
castellana, y procuren de ayuntar y nos dar de las cosas que tienen en
abundancia, que nos son necesarias. Y no conocían ninguna seta ni idolatría salvo
que todos creen que las fuerzas y el bien es en el cielo, y creían muy firme
que yo con estos navíos y gente venía del cielo, y en tal catamiento me
recibían en todo cabo, después de haber perdido el miedo. Y esto no procede
porque sean ignorantes, y salvo de muy sutil ingenio y hombres que navegan
todas aquellas mares, que es maravilla la buena cuenta que ellos dan que de
todo; salvo porque nunca vieron gente vestida ni semejantes navíos. (…)
2ª ETAPA: Plaza Nueva -
Cuesta de Gomérez
En Plaza Nueva se explica de dónde
procede su nombre y el trazado de la cuesta. Se leerá un poema de Zorrilla,
tras explicar brevemente al autor:
Corriendo van por la
Vega
Corriendo
van por la vega
a las puertas de Granada
hasta cuarenta gomeles
y el capitán que los manda.
Al entrar en la ciudad,
parando su yegua blanca,
le dijo éste a una mujer
que entre sus brazos lloraba:
«Enjuga el llanto, cristiana
no me atormentes así,
que tengo yo, mi sultana,
un nuevo Edén para ti.
Tengo un palacio en Granada,
tengo jardines y flores,
tengo una fuente dorada
con más de cien surtidores,
y en la vega del Genil
tengo parda fortaleza,
que será reina entre mil
cuando encierre tu belleza.
Y sobre toda una orilla
extiendo mi señorío;
ni en Córdoba ni en Sevilla
hay un parque como el mio.
Allí la altiva palmera
y el encendido granado,
junto a la frondosa higuera,
cubren el valle y collado.
Allí el robusto nogal,
allí el nópalo amarillo,
allí el sombrío moral
crecen al pie del castillo.
Y olmos tengo en mi alameda
que hasta el cielo se levantan
y en redes de plata y seda
tengo pájaros que cantan.
Y tú mi sultana eres,
que desiertos mis salones
están, mi harén sin mujeres,
mis oídos sin canciones.
Yo te daré terciopelos
y perfumes orientales;
de Grecia te traeré velos
y de Cachemira chales.
Y te dará blancas plumas
para que adornes tu frente,
más blanca que las espumas
de nuestros mares de Oriente.
Y perlas para el cabello,
y baños para el calor,
y collares para el cuello;
para los labios... ¡amor!»
«¿Qué me valen tus riquezas
-respondióle la cristiana-,
si me quitas a mi padre,
mis amigos y mis damas?
Vuélveme, vuélveme, moro
a mi padre y a mi patria,
que mis torres de León
valen más que tu Granada.»
Escuchóla en paz el moro,
y manoseando su barba,
dijo como quien medita,
en la mejilla una lágrima:
«Si tus castillos mejores
que nuestros jardines son,
y son más bellas tus flores,
por ser tuyas, en León,
y tú diste tus amores
a alguno de tus guerreros,
hurí del Edén, no llores;
vete con tus caballeros.»
Y dándole su caballo
y la mitad de su guardia,
el capitán de los moros
volvió en silencio la espalda.
3ª ETAPA: Bosque de la Alhambra
Lectura de un Cuento de La Alhambra de Washington
Irving, y explicación breve sobre el autor.
Leyenda del albañil y
el tesoro escondido
Hace muchos años, vivió en Granada un maese albañil, tan buen creyente,
que nunca dejaba de cumplir con los preceptos y festividades señalados por la
religión cristiana. Pero su fe sufría una ruda prueba. Sus esfuerzos para
conseguir trabajo sólo eran recompensadas por un aumento de la pobreza y el
hambre que pasaba, habitualmente, su numerosa familia.
Una noche, en uno de los pocos
momentos que disfrutaba de felices sueños, fuertes golpes dados en la puerta de
la mísera casucha lo arrancaron del camastro. Encendió un candil y corrió la tranca que
aseguraba la entrada. Como por encanto, su mal humor se transformó en asombro y
luego en terror. Frente a él tenía a un monje que le pareció altísimo, cuyo
rostro delgado y de una extrema palidez no alcanzaba a cubrir la oscura
capucha.
-Vengo en tu busca -dijo el monje
con voz cavernosa-, sabiendo que eres buen cristiano y que no te negarás a
efectuar una tarea que no admite demora.
-Estoy a tus órdenes, buen padre
-contestó el maese, algo repuesto de la impresión-, siempre que me pagues de
acuerdo con el trabajo.
-Serás bien recompensado. No
tendrás quejas, pero como el asunto requiere cierto secreto, me acompañarás con
los ojos vendados.
Nada opuso a esta condición el
albañil, ansioso como estaba de ganar algunos céntimos. Largo fue el andar por
tortuosos caminos, hasta que el monje se detuvo ante la puerta de un sombrío
caserón.
Rechinó, la cerradura al abrir
y gimieron los goznes al cerrar. Un intenso
escalofrío sacudió el cuerpo del maese albañil cuando una mano lo tomó del
brazo guiándolo a través de un silencioso pasaje. Al quitarle la venda se
encontró en un gran patio, escasamente alumbrado.
-Aquí -dijo el monje señalando una
fuente morisca- harás el trabajo. A tu lado están los materiales necesarios.
-¿Qué he de hacer, buen padre?
-Una pequeña bóveda, que tratarás
de terminar esta noche.
La impresión aceleraba el ritmo de
su tarea, pero ella requería más tiempo del calculado.
El canto de los gallos
anunciaba la cercanía del alba, cuando
el monje, que no se había apartado de su lado, interrumpió la labor.
-Por esta noche es suficiente
-dijo-; toma tu paga y deja que te vende los ojos. Te guiaré hasta tu casa.
El maese albañil no opuso reparo.
Durante el camino de regreso no dejó de apretar la moneda de oro que le
entregara el monje. Al llegar, éste le preguntó si al día siguiente estaba
dispuesto a finalizar el trabajo.
-Vivo para eso, buen padre, pero
espero que el pago sea igual al de hoy.
-Estaré aquí mañana a medianoche.
Y sin decir más, se perdió en la
semioscuridad del amanecer.
La impaciencia abrumó todo el día al albañil. La curiosidad atormentaba a
su buena mujer. Pero de estas preocupaciones no participaba su numerosa prole,
que no hacía otra cosa que comer, desquitándose del hambre de muchos meses.
Llegada la hora convenida y
tomando las mismas precauciones de la noche anterior, volvió el albañil a
continuar su obra.
Al poner término al trabajo, el
monje, cuya voz sonaba más cavernosa, dijo:
-Sólo falta que me ayudes a traer
los bultos que has de enterrar en esta bóveda.
Un nuevo escalofrío sacudió al
albañil. La sospecha de que su trabajo se relacionaba con algún asunto macabro
lo inmovilizó unos instantes. Sintió erizársele los cabellos. Gruesas gotas de
sudor perlaron su frente.
Fue necesario un nuevo pedido del
religioso para que sus piernas, sacudidas por violentos temblores, pudieran
arrastrarlo hasta la última habitación de la casa.
Allí, recién el aliento volvió a
su alma. Contra lo que esperaba, sólo vio en un rincón cuatro cofres destinados
a guardar dinero.
Grandes fueron los esfuerzos que debieron realizar para arrastrarlos
hasta la bóveda. Una vez depositados allí, fácil resultó cerrarla, cuidando de
borrar las señales que delataran su trabajo.
Después de entregarle dos monedas
de oro, vendarle los ojos y conducirlo por un camino mucho más largo que las veces anteriores, el monje,
antes de desaparecer, murmuró a su oído:
-Detente aquí y espera a que
suenen las campanas de la Catedral.
Una terrible desgracia caerá sobre ti y sobre tu familia si antes te
vence la curiosidad.
Para que ello no ocurriera, grato
entretenimiento se proporcionó el albañil con el alegre tintinear de las
monedas de oro. Una vez que sonaron las campanas y pudo arrancarse la venda, se
encontró a orillas de un ría, desde donde le era fácil volver a su casa.
La alegría del buen comer sólo
alcanzó a durar dos semanas. Falto nuevamente de dinero y trabajo, su familia
volvió a caer en el más mísero estado. Pasaron así algunos meses. Un atardecer estaba
sentado frente a su destartalada casa reflexionando sobre su mala suerte,
cuando una discreta tosecilla lo trajo a la realidad.
Reconoció en el que interrumpía
sus meditaciones a uno de los viejos más ricos y avaros que habitaban en la
ciudad.
-Parece, maese albañil, que no te
sonríe la fortuna -dijo el anciano con voz chillona.
-Así es, señor; malos son los
tiempos que corren.
-Entonces, tomarás a bien que te
ayude con un trabajillo, siempre está, que me cobres barato.
-En cuanto a eso, no tenga temor, no
hay en Granada quien trabaje por menos precio.
-Por eso te busco, buen hombre.
Necesito que me remiendes una casa en forma suficiente como para que no se
venga abajo.
-Quedo a sus órdenes, señor.
-Mañana al amanecer, te vendré a
buscar y empezarás tu trabajo.
Al día siguiente, el viejo avaro
llevó al albañil a un caserón al que apenas sostenían las paredes. Después de
recorrer las habitaciones fijando las reparaciones necesarias, llegaron a un
patio cuyo centro adornaba una fuente morisca.
El albañil se detuvo, meditando,
al parecer, sobre el precio que debía cobrar por su trabajo.
-Quien habitó aquí -dijo a modo de
comentario- se contentaba con bien poco.
-Era suficiente para mi inquilino,
un viejo y mísero clérigo, muerto hace algunos meses -explicó el avaro-. Se le
creía dueño de una gran fortuna, pero, como sabrás, las apariencias engañan. Lo
mismo dicen de mí, porque tengo dos arruinadas fincas.
-Mucho es lo que hay que hacer y
largo el tiempo a emplear. Creo haber encontrado una solución. -Siempre que
ella no aumente el precio.. .
-Por el contrario. Lo mejor será
que habite esta casa mientras la reparo: yo me ahorro el alquiler y usted la
mano de obra.
La alegría del propietario no
tuvo límites. El arreglo le resultaba en
esa forma mucho más barato de lo calculado.
Al día siguiente los viejos y
escasos muebles del albañil fueron trasladados al derruido caserón. Con la
mudanza pareció cambiar la suerte de la familia. El hambre huyó de la casa. A
la antigua pobreza la reemplazó un bienestar que aumentaba con el tiempo.
Tal situación convirtió al maese
albañil en propietario de varias fincas, entre las que se incluía el viejo
caserón. La Iglesia recibió importantes donaciones. Los pobres, generosa ayuda.
Por largos años gozó de sus riquezas y el aprecio de los habitantes de Granada.
Un día, sintiendo que la vida lo
abandonaba, llamó a su hijo mayor.
-Eres mi heredero -dijo- y por lo
tanto depositario del secreto de nuestra fortuna.
-Si es tu deseo, padre mío
-respondió el hijo, cuya pena no alcanzaba a borrar la visión del dinero-, te
escucho. Y con voz que parecía un
murmullo, el antiguo albañil contó a su primogénito cómo la casualidad lo había llevado al sitio en que había enterrado
un tesoro, y del cual solamente había gastado una tercera parte.
4ª ETAPA: Fuente de Tomate
Hablaremos sobre Ángel Ganivet y leeremos un
poema suyo.
Poema Vivir de Ángel
Ganivet
Lleva el placer al dolor
y el dolor lleva al placer;
¡vivir no es más que correr
eternamente alrededor
de la esfinge del amor!
¡vivir no es más que correr
eternamente alrededor
de la esfinge del amor!
Esfinge de forma rara
que no deja ver la cara…;
mas yo la he visto en secreto,
y es la esfinge un esqueleto
y el amor en muerte para.
que no deja ver la cara…;
mas yo la he visto en secreto,
y es la esfinge un esqueleto
y el amor en muerte para.
5ª ETAPA: Carmen de los Mártires
Hablaremos sobre su historia y leeremos un poema de San Juan de la Cruz al
pie del ciprés que se dice que él plantó.
CANTICO
ESPIRITUAL (CA) de San Juan de la Cruz
Canciones entre el alma y el Esposo
Canciones entre el alma y el Esposo
Esposa
1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3. Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Pregunta a las criaturas
4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
Respuesta de las criaturas
5. Mil gracias derramando
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
1. ¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.
2. Pastores, los que fuerdes
allá por las majadas al otero:
si por ventura vierdes
aquel que yo más quiero,
decidle que adolezco, peno y muero.
3. Buscando mis amores,
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores,
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras.
Pregunta a las criaturas
4. ¡Oh bosques y espesuras,
plantadas por la mano del Amado!
¡Oh prado de verduras,
de flores esmaltado!
Decid si por vosotros ha pasado.
Respuesta de las criaturas
5. Mil gracias derramando
pasó por estos Sotos con presura,
e, yéndolos mirando,
con sola su figura
vestidos los dejó de su hermosura.
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