Carta nº 327 Noviembre 1906
“Me gusta que estén alegres en el Señor”
Hoy
cumplo 59 años. Y me encuentro con esta perla: ¡vaya regalo de Dios y de la M. Cándida!
Me quedo pensativo y agradecido, más agradecido que pensativo, pues esta
coincidencia hace que redescubra muchas cosas desde aquel 7 de enero de 1984 en
el que conocí a las Hijas de Jesús para hacer una sustitución en el Colegio
Santa María de la Paz de Murcia.
Hace
ya casi 8 años que decía en esa primera perla que iniciaba un camino, fue aquel
noviembre de 2008 cuando, sin saber por qué razón, descubrí perlas escondidas
que me hablaban de ayuda, que saltaban como frases destacadas en las palabras
escritas o dictadas por una mujer que marcó gran parte de mi vida en cuanto me
abrió dimensiones nuevas desde el evangelio vivido en primera persona. Y hoy
recibo el regalo inesperado de la alegría. Su carisma ha sido compañero de ese
camino, su vida fue ejemplo y sus escritos luz.
De
los primeros cristianos se decía: “mirad cómo se aman”, pero estoy convencido
que también podían haber dicho: “mirad su alegría”. Y aun siendo esto importante
no deja de ser secundario si nos falta la segunda parte de esa alegría. Todos
sabemos que hay alegrías que duran poco, incluso hay alegrías ficticias, superficiales,
supeditadas a elementos externos que crean auténtica dependencia y esclavitud.
Pero hay alegrías, mejor dicho, alegría que tienen otras consecuencias porque
su origen es otro bien distinto. Es la alegría que brota del Señor, es esa
alegría que no se entienden desde otros parámetros externos, es esa alegría que
nace tan de dentro y con tanta fuerza que traspasa la piel y provoca una
sonrisa y un hacer diferente.
Lo
que ocurre con la alegría de Dios es que también está cuando las cosas no acompañan
como nosotros pensamos, es saber que ese origen también está siempre cuando los
renglones parece que se doblan. En definitiva, es saber que puedo confiar en el
Señor, que su escritura tiene otra tinta y otros espacios diferentes a las cuadrículas
en las que hemos querido, algunas veces, encasillarlo.
“Me
gusta que estéis alegres en el Señor”, ¡qué sabia perla! y cuánto esconde detrás de
esa alegría, siempre en el Señor. Por eso pido a Dios que me mantenga fiel a
esa alegría, que cada cumpleaños sea una nueva oportunidad para descubrir donde
estoy y hacia donde quiero seguir dirigiendo mis pasos por esas calles empinadas de la vida.
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