Carta nº 326 Noviembre
1906
“Nunca la olvido en mis pobres oraciones”
Si
alguien preguntara para que sirve rezar por otros, le respondería que lo mismo
que sirve el agua en la tierra, concretamente en la huerta. Entra por un arroyo
y desde ahí va a todos los demás. Y no hay quien pare ese trasvase, no hay
quien pare esa fuerza, no hay quien le diga que no a la fuerza de la oración. Y
transforma lo que toca, lo convierte en vida, en futuro, en esperanza.
No
olvidemos a los demás en nuestras pobres oraciones, porque el milagro lo hace
Dios, porque la fuerza está en Dios, porque aun siendo pobres nuestras
oraciones, pienso que Dios las agradece, las acoge con una sonrisa como
diciendo: si supieras …
No
olvido a los alumnos, a los hijos de nuestros compañeros, a los amigos, a los
no conocidos, a todos los que se sienten acompañados y ayudados por la oración
de los demás. Y tampoco olvido a los que rezan por los demás, a los que creen
en la fuerza real de la oración, y les pido que nadie les cambie, que nadie les
quite lo que es suyo, porque es real y porque es de Dios. Rezar por los demás
es bueno y sano. No entiendo de neurología, pero estoy convencido que algo
nuevo y bueno se genera dentro de nosotros cuando rezamos por los demás, cuando
nuestro ser se pone en manos de Dios para pedir por alguien que lo necesita.
Ahí está lo grande. Ahí es donde algunos se descuadran.
Dicen
que una manzana al día, al médico aleja. Dicen que una hora diaria de paseo
ayuda al buen funcionamiento del cuerpo. Pero nadie, o muy pocos, dicen, que un
rato diario de oración hace feliz a la persona. Eso no quita la manzana ni el
caminar, pero engrandece y completa a la persona, porque es lo que nos
distingue de los seres vivos sin alma. Y sin embargo no oigo a los médicos
recetar esta nueva receta: reza un rato todos los días, y si puedes, cada 12
horas. Sería genial. Pero a falta de esas recetas, lo decimos los demás: un
poco por la mañana y un poco por la noche, y desde ahí todo lo que puedas. Unas
veces serán grageas de agradecimiento, otras de petición, otras de luz, otras
acompañadas de lágrimas y otras de sonrisas. Da igual. Lo importante es la
constancia en el tratamiento.
Y
como decía el lunes pasado de los santos, creo que fueron, y son, personas muy
constantes en este tratamiento. Y como también nos decía Pablo ayer (vaya
coincidencia con la M. Cándida) en la segunda lectura cuando escribía a Timoteo
(cap. 2, 1-8):
Te ruego, lo primero de
todo, que hagáis oraciones, plegarias, súplicas, acciones de gracias por todos
los hombres, por los reyes y por todos los que ocupan cargos, para que podamos
llevar una vida tranquila y apacible, con toda piedad y decoro. Eso es bueno y
grato ante los ojos de nuestro Salvador, Dios.
Rezar
y no olvidar a los que nos necesitan es un buen ejercicio. Se trata de estar en
forma.
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