22 mayo 2016

Domingo de la Santísima Trinidad: Tri-unidad

Tras la culminación del tiempo pascual con la solemnidad de Pentecostés, la liturgia de la Iglesia dedica un domingo a contemplar el misterio de Dios, Uno y Trino. Después de hacer memoria de Jesucristo Resucitado, durante 50 días, y del Espíritu Santo en la solemnidad de Pentecostés, parece que la propia dinámica del año litúrgico pide una fiesta que contemple al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo en la comunión de amor de su misterio trinitario. Por eso, aparece en el segundo milenio esta solemne fiesta dedicada a la Santísima Trinidad.
«Muchas cosas me quedan por deciros»
El texto del Evangelio de Juan que se proclama en este domingo pertenece a los denominados discursos de despedida. En el contexto de la última cena, en un ambiente de despedida, Jesús, siendo consciente de que falta poco tiempo para su Pasión y Muerte, se dirige a sus discípulos, completamente ajenos a los inminentes acontecimientos. Jesús, como buen Maestro, conoce muy bien a sus discípulos, sabe lo que les ha enseñado y lo que aún le falta por enseñar, sabe lo que han aprendido y aquello que les cuesta entender. Admite que hay muchas cosas más que le hubiera gustado haber dicho a aquellos amados alumnos; sin embargo, bien sabe Él que no ha sido posible. ¿Por qué? Porque aquellos discípulos, aunque se consideran fuertes, son débiles; no están capacitados, ni siquiera aún, para imaginar lo que les espera. No pueden sospechar el sufrimiento atroz del Mesías ni la humillación a la que será sometido el Ungido. No están capacitados para soportar la implicación y consecuencias de su discipulado. Ahora, en este momento previo a la Pasión y Muerte, ante el desconcierto tremendo que van a vivir sus discípulos, Jesús prefiere callar. Y en este contexto, promete el envío del Espíritu Santo –el Paráclito– para que sea él quien continúe la misión instructiva de Jesús entre sus discípulos.

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