17 abril 2016

Quiero ser monja: el medio se come el mensaje - por Carmelo Pérez

Muchos saben que soy cura en activo y que también trabajo como periodista en EL MUNDO. Lo que casi nadie conoce es que tuve la suerte de compartir mesa, mantel y risas con las cinco protagonistas de Quiero ser monja, el nuevo reality de Cuatro.
Colaboro en el colegio que regenta una de las congregaciones que aparecen en el programa, las Misioneras del Santísimo Sacramento. Por eso tuve contacto con las chicas y sé bien que las cinco son buena gente, normales, hijas de su tiempo, con muchas luces y algunas sombras. Distinto es que todas ellas tengan un planteamiento vocacional hacia la vida religiosa y que las hayan seleccionado por ello. Como espectador lo digo, porque de sus adentros sé lo mismo que los lectores. Pero bastó el primer capítulo de la serie para percibir que muchas situaciones a las que se pretende cubrir de una pátina espiritual, salvo excepciones, están bastante forzadas desde el punto de vista religioso.
Eso no es ni malo ni bueno, sino distinto a lo que se vende. El contacto estrecho de unas jóvenes con la vida religiosa puede ser interesante. Pero no es el relato televisivo de un planteamiento serio de vocación. Parece, más bien, un 21 días -otro formato de Cuatro- entre los muros de un convento. Por cierto, que en el estreno de la nueva temporada, la presentadora de 21 días estuvo ayer experimentando la vida de un prostíbulo y eso no significa que tenga planteamiento alguno de convertirse en meretriz. Pues eso, espectáculo televisivo en primera persona.



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