Carta nº 311 Febrero 1906
“No dejo de comprender los grandes deseos que tendrán de verme,…como yo
tengo de verlas. Pidan a Dios para que sea pronto, pues estoy mejor; pero me
faltan las fuerzas,… aunque procuro alimentarme”
Si
hoy, en el 2016, hubiese tenido la oportunidad de preguntarle a la M. Cándida:
¿Qué hacer cuando faltan las fuerzas?, creo que la respuesta estaría alrededor
de la perla de esta mañana. Alimentarme y pedir a Dios y a los hermanos para
que salga adelante.
Estamos
hechos de cuerpo con necesidades, pero también estamos hechos de alma con
necesidades. Así de sencillo. Y en el alma entra Dios y los que nos quieren, en
el alma entra la oración como herramienta de curación, incluso on line, sólo
requiere tener descargado el programa de la fe (la versión no importa, pero a
ser posible la última actualizada).
Seguimos
creyendo en ser testigos del resucitado, seguimos en tiempo pascual, donde la
alegría debe formar parte de nuestro ser. Nos pueden quitar todo, pero lo que
no puede desaparecer de nuestra vida es la alegría de la música interior, de la
música del alma:
“A la mañana siguiente pasaron por allí unos
arrieros y encontraron al maestro Figueredo cubierto de moretones y de sangre.
Estaba vivo, pero en muy mal estado. Casi no podía hablar. Hizo un increíble
esfuerzo y llegó a balbucir con unos labios entumecidos e hinchados: “me
robaron las mulas”. Volvió a hundirse en un silencio que dolía y, tras una
larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja: “me robaron
el arpa”. Al rato, y cuando parecía que ya no iba a decir nada más, empezó a
reír. Era una risa profunda y fresca que inexplicablemente salía de ese rostro
desollado. Y, en medio de la risa, el maestro Figueredo logró decir: ¿pero no
me han robado la música!”
Por mucho que
nos falten las fuerzas, que no nos falte la alegría, porque ¡dichosos los que
crean sin haber visto!
No hay comentarios:
Publicar un comentario