¿Acaso no ardía
nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las
Escrituras? (Lc 24,
32) Quizás sea esta pregunta de los discípulos hacia Emaús la mejor síntesis
con la que recoger y compartir los primeros días que un grupo de profesores de
las Hijas de Jesús hemos vivido en el Programa Monte Carmelo.
Mucho más que un curso, un programa o una
formación. El comienzo de Monte Carmelo ha supuesto una experiencia; la experiencia
de dejarse habitar por el Espíritu para que Jesús vuelva a encarnarse,
abandonando todo protagonismo propio, abajándonos, para aprender a ser
instrumentos que, a través del acompañamiento, acerquen a Dios.
Estos días
en Valladolid han sido un auténtico regalo de Navidad. Ya la invitación
prometía, y algún comentario de entusiasmo nos había llegado, pero ninguno de
nosotros podíamos imaginar todo lo bueno que íbamos a comenzar a vivir.
Llegados desde Almería, Sevilla, Madrid y Pamplona no esperábamos la riqueza,
expresada en la diversidad de carismas, que íbamos a descubrir apenas llegados
a la residencia de las religiosas Vedrunas, nuestra casa durante esos días en
tierras pucelanas: Hijas de la Caridad,
religiosas del Sagrado Corazón, Teresianas, Adoratrices, Concepcionistas,
Clarisas, hermanos de la Salle, Escolapios, Vedrunas, Misioneros de la
Esperanza, Agustinos, diocesanos y laicos, que, sin apenas darnos cuenta, hemos
comenzado a compartir camino, a descubrirnos como “amigos en el Señor”, a convertirnos
en comunidad itinerante. Una comunidad generadora de historias, experiencias,
encuentro y oración… de mucha vida durante los próximos tres años que
seguiremos, Dios mediante, disfrutando Monte Carmelo.
Un Monte,
el Carmelo, que es espacio físico y a la vez experiencia mística. Un Monte que
empezamos, poco a poco, a descubrir junto a Elías y su propio proceso de fe: una
profunda experiencia de encuentro con el Señor que determinará la existencia
del profeta Elías. El paso del Carmelo al Horeb, implica un corazón y una
mirada centrada en el “yo”, que el paso por el desierto moldea, pues el
desierto descentra y quebranta planes. Para por fin, en el silencio de una
cueva, dejarnos habitar, entrar en diálogo con el “Tú”, reconociendo al Señor
como brisa suave, que alienta y llena de Vida.
Aprender a
acompañar, a la vez que nos sentimos acompañados, intuir al Espíritu, acoger, dejarnos
hacer, escuchar, posibilitar, descubrir, rezar, hacer memoria, celebrar, profundizar
en la Escritura, discernir… todo parte de una aventura en la que nos hemos
visto embarcados, muy agradecidos y, cierto es, con mucho trabajo por delante.
Pero no
solo esto. Y es que no podíamos estar en Valladolid y dejar de acercarnos a la
Comunidad de las Hijas de Jesús, y de su mano, acercarnos al altar del
Rosarillo. Apenas una hora de charla y visita a la comunidad, reencuentros
entre maestra y, ayer, jóvenes pupilos; charlas, risas y mucho compartir, sabiéndonos
partícipes de un sueño. El sueño que
aquel viernes santo, 2 de abril de 1869, Dios quiso compartir con la
joven Juana Josefa, frente al retablo del Rosarillo. Contemplar esa imagen es
volver a la raíz, es atender al amor, es hacer memoria agradecida por tanta
vida derramada, es saberse frágil pero bien sostenido en las manos del Señor,
es bendecir. Bendecir la mucha vida que se desencadenó frente a ese retablo de
sueños y vida. Una breve oración se nos regaló aquella tarde de diciembre en
Valladolid. Unidos en la misión, en el origen, en la raíz, en la madera viva
dónde Dios quiso soñar y compartir sueño con la Madre Cándida.
Ahora
revisando notas de aquellos días, echando la vista atrás y dejando brotar
mociones, empezamos a ser conscientes de que han sido unos días que nos han puesto en marcha,
haciéndonos caer en la cuenta de cómo el acompañamiento espiritual (como
buscador o como testigo) nos pone en actitud de camino y de silencio. Un camino que, a la luz del
discernimiento y la oración, tiene mucho de envío, de misión, de anuncio. Y un
silencio, que siendo escucha activa, propicia una actitud de recogimiento que
nos confronta con el Señor. Elías en el Horeb, Ignacio en Manresa y Santa
Cándida en Valladolid, ante el Rosarillo, nos señalan con su experiencia de
silencio y oración a un Dios que nos lleva de la mano, en una dinámica de escucha-respuesta
de su voluntad constante. Un diálogo que Dios desea mantener, saliéndonos al
encuentro.
Así pues,
quizás tras estas líneas se entienda mejor el comienzo. Hemos iniciado un
camino, donde la Escritura y el encuentro, han hecho que nuestro corazón arda
un poquito más. Y ese celo, ese entusiasmo que mucho nos habla de Vida, es sin
duda un regalo, una gracia que mucho, pero mucho, nos habla de Dios.
María, Sonia, Montse, Pedro, Rafa y Sergio
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