11 enero 2016

Monte Carmelo: Una experiencia para compartir Camino y mucha Vida

¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24, 32) Quizás sea esta pregunta de los discípulos hacia Emaús la mejor síntesis con la que recoger y compartir los primeros días que un grupo de profesores de las Hijas de Jesús hemos vivido en el Programa Monte Carmelo.


 Mucho más que un curso, un programa o una formación. El comienzo de Monte Carmelo ha supuesto una experiencia; la experiencia de dejarse habitar por el Espíritu para que Jesús vuelva a encarnarse, abandonando todo protagonismo propio, abajándonos, para aprender a ser instrumentos que, a través del acompañamiento, acerquen a Dios.

Estos días en Valladolid han sido un auténtico regalo de Navidad. Ya la invitación prometía, y algún comentario de entusiasmo nos había llegado, pero ninguno de nosotros podíamos imaginar todo lo bueno que íbamos a comenzar a vivir. Llegados desde Almería, Sevilla, Madrid y Pamplona no esperábamos la riqueza, expresada en la diversidad de carismas, que íbamos a descubrir apenas llegados a la residencia de las religiosas Vedrunas, nuestra casa durante esos días en tierras pucelanas:  Hijas de la Caridad, religiosas del Sagrado Corazón, Teresianas, Adoratrices, Concepcionistas, Clarisas, hermanos de la Salle, Escolapios, Vedrunas, Misioneros de la Esperanza, Agustinos, diocesanos y laicos, que, sin apenas darnos cuenta, hemos comenzado a compartir camino, a descubrirnos como “amigos en el Señor”, a convertirnos en comunidad itinerante. Una comunidad generadora de historias, experiencias, encuentro y oración… de mucha vida durante los próximos tres años que seguiremos, Dios mediante, disfrutando Monte Carmelo.

Un Monte, el Carmelo, que es espacio físico y a la vez experiencia mística. Un Monte que empezamos, poco a poco, a descubrir junto a Elías y su propio proceso de fe: una profunda experiencia de encuentro con el Señor que determinará la existencia del profeta Elías. El paso del Carmelo al Horeb, implica un corazón y una mirada centrada en el “yo”, que el paso por el desierto moldea, pues el desierto descentra y quebranta planes. Para por fin, en el silencio de una cueva, dejarnos habitar, entrar en diálogo con el “Tú”, reconociendo al Señor como brisa suave, que alienta y llena de Vida.

Aprender a acompañar, a la vez que nos sentimos acompañados, intuir al Espíritu, acoger, dejarnos hacer, escuchar, posibilitar, descubrir, rezar, hacer memoria, celebrar, profundizar en la Escritura, discernir… todo parte de una aventura en la que nos hemos visto embarcados, muy agradecidos y, cierto es, con mucho trabajo por delante.

Pero no solo esto. Y es que no podíamos estar en Valladolid y dejar de acercarnos a la Comunidad de las Hijas de Jesús, y de su mano, acercarnos al altar del Rosarillo. Apenas una hora de charla y visita a la comunidad, reencuentros entre maestra y, ayer, jóvenes pupilos; charlas, risas y mucho compartir, sabiéndonos partícipes de un sueño. El sueño que  aquel viernes santo, 2 de abril de 1869, Dios quiso compartir con la joven Juana Josefa, frente al retablo del Rosarillo. Contemplar esa imagen es volver a la raíz, es atender al amor, es hacer memoria agradecida por tanta vida derramada, es saberse frágil pero bien sostenido en las manos del Señor, es bendecir. Bendecir la mucha vida que se desencadenó frente a ese retablo de sueños y vida. Una breve oración se nos regaló aquella tarde de diciembre en Valladolid. Unidos en la misión, en el origen, en la raíz, en la madera viva dónde Dios quiso soñar y compartir sueño con la Madre Cándida.

Ahora revisando notas de aquellos días, echando la vista atrás y dejando brotar mociones, empezamos a ser conscientes de que han sido  unos días que nos han puesto en marcha, haciéndonos caer en la cuenta de cómo el acompañamiento espiritual (como buscador o como testigo) nos pone en actitud de camino y de silencio. Un camino que, a la luz del discernimiento y la oración, tiene mucho de envío, de misión, de anuncio. Y un silencio, que siendo escucha activa, propicia una actitud de recogimiento que nos confronta con el Señor. Elías en el Horeb, Ignacio en Manresa y Santa Cándida en Valladolid, ante el Rosarillo, nos señalan con su experiencia de silencio y oración a un Dios que nos lleva  de la mano, en una dinámica de escucha-respuesta de su voluntad constante. Un diálogo que Dios desea mantener, saliéndonos al encuentro.


Así pues, quizás tras estas líneas se entienda mejor el comienzo. Hemos iniciado un camino, donde la Escritura y el encuentro, han hecho que nuestro corazón arda un poquito más. Y ese celo, ese entusiasmo que mucho nos habla de Vida, es sin duda un regalo, una gracia que mucho, pero mucho, nos habla de Dios.


María, Sonia, Montse, Pedro, Rafa y Sergio

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