Dedica una mirada a uno, un beso a otro, unas palabras a la pequeña, una sonrisa al que acaba de entrar. Tiene el gesto adecuado para cada uno de los suyos, el que necesitan en cada momento aunque sean muchos y el instante coincida. No importa que algunos estén armando follón en un cuarto mientras tiran la pelota a la canasta colgada en la puerta, que dos o tres traten de terminar sus deberes en medio del ruido del secador de la que se acaba de duchar y las carreras de los que llegan de la calle tras el partido de fútbol. La madre del clan tiene para todos y todos tienen para ella. Como los mosqueteros, pero en versión doméstica.
La primera niña nació muy grave. Los médicos no apostaban por que saliera adelante y no le dieron ninguna esperanza de vida, aunque Carmina -así la llamaron- contradijo todos los pronósticos y aguantó hasta los 20. Murió hace un par de años. Los dos siguientes niños también llegaron al mundo con problemas y no sobrevivieron. "En cuatro meses enterramos a ambos", cuentan Rosa Pich-Aguilera y José María Postigo, 16 hermanos ella y 14 él, cuya ilusión era formar una familia numerosa a la que el destino parecía oponerse.
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