Los datos y las imágenes son escalofriantes y la respuesta de los
gobenantes europeos, vergonzante. Según un informe distribuido ayer por
Naciones Unidas, en lo que va de año más de 225.000 emigrantes han
llegado a la Unión Europea jugándose la vida (la mitad de ellos a
Grecia, precisamente Grecia) y varios miles de ellos han muerto ahogados
en las aguas del Mediterráneo. Las fotos de embarcaciones
destartaladas, abarrotadas de hombres, mujeres, niños e incluso bebés,
han dado la vuelta al mundo sin que la conciencia de los ciudadanos del
área mundial que inventó el Estado del bienestar se haya conmovido lo
suficiente como para obligar a sus mandatarios a actuar.
La situación es dramática y desde la Unión Europea tan solo se
preocupan de frenar la oleada de personas que huyen de la pobreza o de
la guerra de Siria, Afganistán, Eritrea, Nigeria y un largo rosario de
países sumidos en la miseria y el horror. Pero ni siquiera los esfuerzos
de la Agencia Europea de Vigilancia de Fronteras (Frontex) está
consiguiendo sus objetivos de luchar contras las mafias que ofrecen a
los emigrantes llegar al primer mundo a cambio de un dinero exorbitante y
que no asegura el éxito. A 31 de julio, los Veintiocho apenas habían
facilitado el 16% de los equipos técnicos y el 20% de los recursos
humanos solictados por esta agencia.
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