Casi nadie se considera amenazado por una persona humilde. Por eso, los místicos humildes, pobres y descalzos, se convierten a veces en sanadores y pacificadores. Dios encarga tareas impresionantes a los humildes. La humildad es nuestro mayor escudo contra el mundo de las personas autosuficientes y ególatras y el cimiento de la unión mística con Dios.
La soberbia es adictiva. Todos podemos caer en ella. En este día del Corazón de Jesús, escuchamos con fuerza la invitación del Maestro: Aprended de mí que soy humilde de Corazón.
Esta reflexión está inspirada en algunos textos del Nuevo Testamento y también en Caroline Myss, autora del libro “Anatomía del espíritu” y de “Las Siete Moradas”.
Por José Cristo Rey García Paredes
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