26 mayo 2015

Un TIRO en PLENA MISA


El coronel, jefe del destacamento, ordenó a su tropa tomar la pequeña iglesia del poblado y traerle a su despacho la imagen de San Antonio. Los soldados cumplieron la misión, llevaron la imagen al puesto de mando y esta permaneció secuestrada en el cuartel. El coronel acusaba a San Antonio de colaborar con la guerrilla, estaba convencido que este santo prevenía a los insurgentes de los operativos militares que lanzaban sus tropas. Se desconoce si el coronel intentó torturar la imagen para obtener información o exigirle algún milagro, pero la historia es totalmente verídica. Ocurrió en el departamento de Morazán durante la guerra civil de El Salvador en los años 80.
Una de las lecciones en el combate policial o militar contra insurgentes, terroristas o delincuentes es la capacidad de discriminar. Es fundamental saber distinguir las distintas formas de involucrarse o no involucrarse de quienes viven o están presentes en un territorio dominado o influenciado por actividades ilegales. Pueden encontrarse en ese lugar enemigos armados, enemigos no armados, opositores políticos civiles, activistas sociales, periodistas, defensores de los derechos humanos, población que colabora por conciencia y población que se somete por miedo. El error más común de quienes representan la autoridad es convertir en enemigos a grupos, sectores sociales, razas, religiones o simplemente pobladores sin hacer ningún tipo de distinción. Es común la expresión: “en ese lugar todos son: terroristas, guerrilleros, pandilleros, narcos, etcétera”; y esto igual aparece ahora en Irak que en las calles de Baltimore o en poblados de México. El problema es que la incapacidad para discriminar puede convertir una pequeña llama en un gran incendio.
Por Joaquín Villalobos

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