19 mayo 2015

«TE HAS GUARDADO EL MEJOR VINO HASTA AHORA…» Volver a tocar nuestras heridas, por XAVIER QUINZÁ sj

El Resucitado conserva en las manos y el costado, abiertas, sus heridas. Es el Crucificado quien se nos presenta Vencedor de la muerte y capaz de engendrar en nosotros su Vida. Nos quiere mostrar sus heridas para que sepamos que se las ha apropiado, son las nuestras, pero le pertenecen porque ha cargado con nuestros delitos. Mostrar a otros las propias heridas es un desafío, supone apertura y humildad. Tocar, con pasmo, las heridas de los demás es un acto de comunión que nos resucita y nos incluye como a Tomás en la resurrección del Siervo.
¿Qué hacer con nuestras heridas?
Las heridas son lo vulnerado, desproporcionado, debilitado que ha quedado en nosotros de situaciones de sufrimiento o de frustración, y que se resiente (¡ahí nos duele!) porque nos señala un lugar en falso, mal cerrado, que nos avisa de que algo no ha ido y no va bien…
Pero hay variados tipos de heridas: heridas de inmadurez y viejas heridas ya muy encastilladas en nuestro corazón. Las heridas de inmadurez son producto de falsas motivaciones (ilusiones) que nos hacen creer que vamos bien pero que no fundan sólidamente la vida. Son típicas de fases de crecimiento.
Una señal de típica herida en el proceso de crecimientos es aquella que se produce cuando proponemos vivir, en realidad, para sobrevivir. En ella lo que prima sobre todo es una motivación afectiva de búsqueda de protección, de seguridad. Lo que nos revela una confianza de base muy dañada: de ella lo único que puede surgir es una actitud de supervivencia. Y además nos está revelando una imagen muy infantil de Dios.
Por Xavier Quinzá sj

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