Una foto reciente me golpeó el rostro. Y el Corazón . Un niño en una maleta. Y no era precisamente un contorsionista.
Estoy en la sala de espera, antes de poder embarcar en el avión. Ese tiempo que se hace aburrido, líquido y largo. Como los relojes de Dalí. Observo las maletas
variadas que están ante mi vista.Veo que hay maletas de pobres y
maletas de ricos; hay maletas grandes para los precavidos y mochilas
pequeñas y abultadas para los aventureros que sueñan a lo grande. Veo
maletas que escapan de una tormenta, y que corren deseosas por empezar
una nueva vida. O maletas viejas a quien nadie escucha aunque cuenten historias dignas de ser escuchadas.
Como las de nuestros emigrantes españoles de los años 60, de cartón,
atadas con cuerdas. Maletas con el olor a las viandas caseras que
escondían para el largo y doloroso viaje hacia una estancia larga y
lejana. La que sostuvo con sus trabajos y divisas nuestro desarrollo en
la dictadura reciente. De los que a pesar de haber sido viajes tan
cercanos para nosotros, nos hemos olvidado tanto y tan pronto.
Por José Luis Pinilla sj
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