A Juan Miranda, segoviano residente en Valladolid, lo llamó un
policía amigo hace siete años para contarle que a su hija, una
adolescente de buenas notas, se le relacionaba con 11 atracos, casi
siempre como cómplice, junto a otros dos jóvenes. Y ahí su mundo se
derrumbó. “De la noche a la mañana” se dio cuenta de que iba a perderla.
Ella dejó los estudios por los bajos fondos en una carrera continua
hacia la próxima dosis: cocaína, heroína, “lo que encuentre”. Desde
entonces, en su casa, rota por una separación matrimonial, hubo de todo:
huidas y regresos de la joven, que incluso protagonizó un episodio de
malos tratos cuando amenazó a su padre con un cuchillo.
Sus salidas casi siempre hacia barriadas o zonas de menudeo eran
vigiladas por su padre, que en estos últimos siete años se enfrentó a
narcotraficantes, toxicómanos y policías para sacarla del infierno.
“No podía quedarme en casa parado, viendo cómo se iba matando poco a
poco. O amenazaba a los narcos o me hacía amigo de ellos”, asegura ahora
con la mirada perdida en la cafetería donde relata su historia de
manera atropellada, sin orden cronológico. Sus manos no paran de
moverse.
Por Justino Sanchón
No hay comentarios:
Publicar un comentario