Carta nº 265 Octubre
1903
“Pidan por él”
Siempre
viene bien pedir por alguien. Siempre ayuda que pidan por ti cuando estás con
necesidad de abrazos, de consuelo. Y hoy la M. Cándida, siempre tan oportuna,
nos recuerda que tenemos que pedir, que pedir a Dios por alguien es ayudarle,
es quererle.
Esta
es una de esas perlas cortas que dice tanto como breve es ella. Pidan por él,
pidamos por ella. Y en ella escribo los nombres de todas aquellas personas que
están pasándolo mal por culpa de la enfermedad. Pido por Petra, por mi amiga,
mi compañera de servicios y ratos compartidos. Pido por ella y en su nombre por
todas aquellas personas que necesitan esa oración para aliviar esa pena, ese
dolor o esa desesperación de no saber por qué.
Pido
desde la esperanza y la sonrisa. Pido desde la aceptación de la voluntad de
Dios, de la que me fio aún sin entenderla. Yo pienso que cuando la M. Cándida
pedía por él, lo hacía desde este ángulo, y así lo hago yo. Porque así lo
aprendí y lo aprendo de sus Hijas. Porque así lo vivo a pesar de lo desastre
que pueda ser en algunos momentos.
Y
¿qué pasa con lo que pedimos?
Pues
sencillamente que es escuchado y trasladado. Así de sencillo y claro. Imagino a
ese padre escuchando lo que su hijo le pide y no haciendo nada. No se entiende.
No es posible. Pues cuanto más nuestro Padre ¿no nos escuchará? Nos escucha y
hace lo que hacen los buenos padres: si es para tu bien te escucho y te lo
concedo y si no es para tu bien no te lo doy. Hay otra opción: siempre te lo
concedo pero con el tamiz de Padre, siempre te escucho, pero no siempre vemos
lo que nos concede. Imagino a Dios gritando a nuestro corazón: ¡abre los ojos!
Mira, pero mira de verdad, ¿no ves lo que tienes delante? Y nosotros mirando
para otro lado.
Pedid
y se os dará.
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