09 febrero 2015

PERLA ESCONDIDA EN LA CARTA Nº 262

Carta nº 262      Mayo  1903
“Me alegro de que hay otra interna y Dios quiera que hagan la obra”


            Recorrer toda Galilea es una de esa experiencias que todos los cristianos deberíamos hacer una vez en la vida por lo menos. Y si es posible alguna más, ya que cada vez que vas lo vives de una forma distinta. Y ese viaje debe ser como auténticos peregrinos del siglo XXI. Así recordábamos ayer a Jesús de Nazaret desde Cafarnaún por toda la Galilea haciendo el bien, curando, sanando, dando a las personas motivos para vivir.

            La Galilea de hoy es lo que tenemos a nuestro alrededor, por eso estamos llamados a salir, a recorrer los caminos para encontrarnos con aquellos que necesiten una palabra de esperanza. Y lo mejor de todo es que la tenemos. Y lo mejor de tenerla es que es la de Dios, no la nuestra. Así lo entendió hace algunos años la M. Cándida cuando, con permiso de la salud, iba donde la necesitaban. Y cuando el cuerpo le impedía moverse, escribía cosas como las que hoy leemos, compartía la alegría de que una persona más se hubiese acercado y formara parte de su proyecto, del de Dios. Y por si hay alguna duda, siempre con los pies en la tierra, pensando en la obra (la de ladrillo) y deseando que Dios ayude a hacerla.

            Hoy, cada vez más, necesitamos hablar con lenguaje de hoy, De nada, o de poco, calan los mensajes trasnochados del pasado con lenguajes del pasado. Hay que hablar y hablar claro, de forma que todos nos entiendan, porque hablando sencillo todos nos entienden, mientras que si nos subimos o nos recogemos en un vocabulario de esos libros de tapa negra de hace años, pocos entenderán.

            Compartamos la alegría, compartamos una forma de entender la vida, una actitud de enfrentarnos a ella. Y recorramos caminos, escuchemos a quien habla claro y con palabras sencillas.


            Y pidamos por aquellos hermanos que sus fuerzas están un poco escasas para que Dios nos les falte nunca, para que su voz recupere el tono, para que su corazón recupere las fuerzas y las razones para seguir viviendo. Y siempre desde la voluntad de Dios, que, por mucho que nos empeñemos, a veces, no es la nuestra. Pero es la que acepto y en la que confío.

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