—"¿Y eso qué importancia tiene?", respondió Musa. Hacía dos horas que
esperaba al forense en la puerta del hospital y buscaba a su primo,
Larios Fotio. Creía haberle visto inconsciente en las aguas del Tarajal y
se temía lo peor, pero no encontró a Larios, sino a Ibrahim Keita, un
amigo a quien no se esperaba ver tendido en una camilla de la sala de
autopsias. Salió del hospital en estado de shock, mirando al suelo y
negando con la cabeza.
Hace un año, Musa no sabía que los forenses de Fnideq
hacen siempre la misma pregunta, porque en caso de que el inmigrante
fallecido no sea identificado ni se le conozca nacionalidad o religión o
no se le pueda repatriar, se le entierra en un lugar reservado para
estos casos en el cementerio de Tetuán. Eso es lo que pasó con las ocho
víctimas de aquel 6 de febrero que terminaron el viaje de su sueño
europeo bajo tierra marroquí. Otra fue repatriada a Camerún. Otra
persona sigue desparecida. Las otras 5 restantes, enterradas en Ceuta.
El viernes, al cumplirse un año, Musa ni siquiera se enteró de que se
celebró un homenaje en el centro de Tánger, pero sabía muy bien, cómo
olvidarlo, qué día era. "Hacía frío y he pasado todo el día acostado. No
ha sido un buen día". Hace un año, Musa consiguió salir del agua con
vida y desde entonces sobrevive en Tánger, en el barrio de Boukhalef.
Desde allí una veintena de personas se desplazaron hasta el centro de la
ciudad para recordar a los fallecidos, rendirles homenaje y denunciar,
ése era el lema de la convocatoria, "la guerra de la Unión Europea
contra inmigrantes y refugiados" en un acto organizado por un grupo de
activistas europeos procedentes de varios colectivos que trabajan
apoyando a los inmigrantes subsaharianos.
Por Elena González
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