Carta nº 223 Noviembre 1901
“…eterna salvación; esto es lo que hace feliz al alma y también al
cuerpo”
Cuando la
felicidad de alma y del cuerpo se unen, es cuando podemos decir que es
auténtica esa felicidad.
Hoy
hablamos de tener objetivos, metas, ilusiones y sueños. Y sin embargo no
aparecen en nuestros documentos el fin o la consecuencia de la salvación. Quizá
lo vemos como algo que es de fuera, quizá como algo trasnochado, quizá, simplemente
como algo que no se lleva. Es normal. Dios nos invita a compartir misión, y la
salvación es cosa de Él, porque sólo Él nos conoce de verdad.
Lo
que ocurre es que cuando el alma está feliz, el cuerpo se contagia y no puede
dejar de sonreír, hacer el bien, perdonar, invitar,… Es algo contagioso, irremediablemente
contagioso. Por eso necesitamos almas
felices. Pero también ocurre al revés. Y lo notamos cuando, a veces, nos
sentimos cansados, muy cansados, hasta en extremo de decir: “no puedo más”. Y
es cuando en ese momento de silencio sientes una felicidad enorme por ese mismo
cansancio, mejor, por la razón de ese mismo cansancio, por aquello que has
podido hacer, ayudar o por lo que simplemente has podido escuchar.
Y
en todo esto es cuando Dios nos invita a subir con él a tener momentos
especiales, momentos de silencio y escucha, momentos de transformación junto a
su transfiguración. Y es cuando aparecen los miedos, los espantos, pero a la
vez aparece la palabra de Jesús que nos dice: “levantaos, no temáis”.
Y esta es la clave
para ser feliz. No importa que caigas, no importa que tengas miedo,… Dios
siempre está.
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