Carta nº 221 Noviembre
1901
“Seamos santas, hija mía, y después de esta vida seremos dichosas por
toda la eternidad”
Ser santo es ser
feliz o dichoso también en esta vida. Solo basta con mirar la alegría, la
sonrisa y la vida de tantos hombres y mujeres a los que llamamos santos y
tantos a los que todavía no llamamos santos pero lo son. Hay un factor común que
los caracteriza: su vida es para los demás, su felicidad es completa cuando los
demás son un poco más felices.
Ser
santo es posible. Y además no produce estrés. Se llena uno de confianza al estilo
de la que nos contó Mateo ayer en su capítulo 6. Se trata de crecer y sentir
confiado, de agradecer y de disfrutar de la felicidad que proporciona esa forma
de vivir.
¿Y
cuándo me falta la fe? ¿Y cuándo dudo? La respuesta en “buscad el Reino de Dios y su
justicia”. Es un ejercicio de acercamiento a Dios. Porque Él siempre ofrece
salidas.
Ser santo es un camino que tiene una
etapa nueva en la otra vida. Hoy nombramos a la M. Cándida como Santa Cándida
Mª de Jesús y eso nos dice que su vida fue al agrado de Dios y nos invita a que
la nuestra sea como la suya, o por lo menos las actitudes sean como las suyas
aunque se den en épocas y entornos distintos. Una característica de los santos
es su universalidad. Su vida sirve para todos y da igual que sea de clausura o
de plena acción.
Vuelvo al evangelio porque es una de
esas lecturas que te dejan tranquilo por el futuro. “no os agobiéis por el
mañana” “a cada día le bastan sus disgustos”. Si esto es así… ¿qué hago a
veces? ¿Qué me falta para creérmelo de verdad?
Yo creo en la vida eterna, en la dicha
que allí podremos experimentar. No me preocupa cómo será. Creo y confío.
Y en las puertas del miércoles de
ceniza descubro una nueva oportunidad para iniciar una conversión que vaya
cribando todo lo que todavía me falta, y así poder celebrar la alegría al final
de estos cuarenta días.
¡¡¡Feliz Cuaresma!!!
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