14 marzo 2013

EducANDO: Una comunidad educativa en un beso

Una comunidad educativa en un beso
Todas las mañanas, cuando los alumnos del jubilar cruzan el umbral de la puerta de su liceo, saben que están entrando en una comunidad educativa, más bien, en su comunidad educativa y quizás, todavía un paso más, en una comunidad vital. Y por eso, lo primero que les recibe es un beso. Gonzalo Aemilius narra esta escena con cariño, yo la imagino desde una mirada más pedagógica, menos limpia y menos esperanzada, puede ser, y sin embargo, en el cruce nos une una conclusión compartida: el jubilar es un espacio participado y creado por los alumnos. El beso del jubilar, lejos de la ñoñería o del escepticismo pone en primera línea de juego dos principios fundamentales de una escuela en el siglo XXI: que las escuelas pueden ser tan versátiles y flexibles como quieran ser -el beso tiene sentido pedagógico pleno en la realidad social del jubilar- y que la creación de comunidades educativas se nutre especialmente, de experiencias participadas y compartidas y no tanto de teorías ni reuniones informativas, porque las escuelas han de abandonarse en su definición, dejar de ser escuelas como las entendemos hoy, para convertirse en una suerte de centros de aprendizaje integral, en una suerte de comunidades vitales para el aprendizaje donde el que construye la escuela es fundamentalmente, el alumno.
Besos en la mañana reciben a cada estudiante, quienes horas después trabajarán en grupos, organizados en distintos niveles dependiendo del área, en amplias zonas compartidas donde se alterna el tiempo en equipos con el tiempo de trabajo personal.

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