14 enero 2013

PERLA ESCONDIDA EN LA CARTA Nº 172

Carta nº 172    Marzo 1899
“Pero yo estoy sufriendo lo que nadie sabe; sólo Dios”  

            Tener a Dios como confidente en estos momentos de dolor es un privilegio. Los sufrimientos están ahí y vienen cuando quieren, pero la decisión de compartirlos con Dios es nuestra. Y esas confidencias, que arrancan del fondo del corazón, que expresan la verdad más absoluta de nuestro estado, son compartidas con alguien que las entiende a la primera, porque lo sufrió en sus carnes y además tiene la palabra adecuada para aliviar ese dolor y descubrir en él la esperanza  que cambia la vida y la ofrece.
            Sólo Dios sabe muchas de nuestras cosas. Y las entiende. Y responde. No es un Dios que se esconde. Es un Dios que acompaña. Es un Dios que no caduca. Y para entenderlo baste con leer despacio este cuento

“Cuentan que un cristiano y un peluquero paseaban por los barrios de la ciudad. El peluquero le dijo al cristiano: «Por esto es por lo que no puedo creer en el Dios que tú me hablas, en un Dios de amor. Si Dios fuera así como tú lo dices, no permitiría que estas personas fueran adictas a la droga y a otros hábitos destructivos. No, no puedo creer en Dios que permite todo esto». El cristiano estuvo callado hasta que se encontraron con un hombre bastante descuidado. El cabello le llegaba hasta el cuello y estaba sin afeitar. El cristiano le dijo «no sería un buen peluquero si permitieras que un hombre como éste continúe viviendo así, sin un buen corte de pelo y un buen afeitado». Indignado el peluquero le contestó: « ¿Por qué me culpas por la manera de ser de este hombre? Yo no puedo evitar que él esté así. Nunca ha ido a mi peluquería, y si fuera yo podría hacer que llegara a verse como un caballero si él me lo pudiera».
El cristiano miró fijamente al peluquero y le dijo: «Entonces no puedes culpar a Dios por permitir que los hombres sigan viviendo en sus malos caminos. Él los está invitando constantemente a acercarse para salvarlos y recibir sus promesas a través de su Palabra, pero al igual que este hombre, no se lo han pedido». Esta decisión es personal y sólo tienes que invitarlo a entrar en tu corazón. (Anónimo)”

            Y después de todo descubro que es un privilegio el don de la fe, que es un lujo tener a Dios como confidente en los momentos de dolor y no quiero otra elección en mi vida. Y vuelvo a descubrir que "sin cruz no se va a ninguna parte".
           


            

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