“Pero yo estoy
sufriendo lo que nadie sabe; sólo Dios”
Tener
a Dios como confidente en estos momentos de dolor es un privilegio. Los
sufrimientos están ahí y vienen cuando quieren, pero la decisión de
compartirlos con Dios es nuestra. Y esas confidencias, que arrancan del fondo
del corazón, que expresan la verdad más absoluta de nuestro estado, son
compartidas con alguien que las entiende a la primera, porque lo sufrió en sus
carnes y además tiene la palabra adecuada para aliviar ese dolor y descubrir en
él la esperanza que cambia la vida y la
ofrece.
Sólo
Dios sabe muchas de nuestras cosas. Y las entiende. Y responde. No es un Dios
que se esconde. Es un Dios que acompaña. Es un Dios que no caduca. Y para
entenderlo baste con leer despacio este cuento
“Cuentan que un cristiano y un
peluquero paseaban por los barrios de la ciudad. El peluquero le dijo al
cristiano: «Por esto es por lo que no puedo creer en el Dios que tú me hablas,
en un Dios de amor. Si Dios fuera así como tú lo dices, no permitiría que estas
personas fueran adictas a la droga y a otros hábitos destructivos. No, no puedo
creer en Dios que permite todo esto». El cristiano estuvo callado hasta que se
encontraron con un hombre bastante descuidado. El cabello le llegaba hasta el
cuello y estaba sin afeitar. El cristiano le dijo «no sería un buen peluquero
si permitieras que un hombre como éste continúe viviendo así, sin un buen corte
de pelo y un buen afeitado». Indignado el peluquero le contestó: « ¿Por qué me culpas
por la manera de ser de este hombre? Yo no puedo evitar que él esté así. Nunca
ha ido a mi peluquería, y si fuera yo podría hacer que llegara a verse como un
caballero si él me lo pudiera».
El cristiano miró fijamente al
peluquero y le dijo: «Entonces no puedes culpar a Dios por permitir que los
hombres sigan viviendo en sus malos caminos. Él los está invitando
constantemente a acercarse para salvarlos y recibir sus promesas a través de su
Palabra, pero al igual que este hombre, no se lo han pedido». Esta decisión es
personal y sólo tienes que invitarlo a entrar en tu corazón. (Anónimo)”
Y
después de todo descubro que es un privilegio el don de la fe, que es un lujo
tener a Dios como confidente en los momentos de dolor y no quiero otra elección
en mi vida. Y vuelvo a descubrir que "sin cruz no se va a ninguna parte".
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