Por Álvaro Vargas Llosa

Aunque se aprobó una Carta Social, que se suma a la Carta Democrática
Interamericana ya existente, su contenido es tan lírico y su falta de
aplicación práctica tan evidente que es improbable que tenga un
seguimiento por buen tiempo. Lo que en cambio sí quedó muy claro es que
para un conjunto de países empeñados en deteriorar las instituciones
republicanas y hacer campear el autoritarismo el enemigo es la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
Ocurre que en este esfuerzo tienen la simpatía, a veces abierta y a
veces solapada, de muchos gobiernos respetables de centro izquierda y
centro derecha a los que también incomoda este organismo autónomo de la
OEA.
Brasil, que fue denunciado hace algún tiempo por la construcción de
una hidroeléctrica, y Perú, que acumula una serie de denuncias allí por
razones varias, algunas más discutibles que otras, son sólo dos casos.
Ven con buenos ojos la idea de reformar el organismo a fondo y
les viene bien que los gobiernos populistas lleven la voz cantante
mientras ellos sonríen en la trastienda.
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