Esto es lo que está ocurriendo en EE UU, donde la oposición al aborto
se nutre en los últimos tiempos de un número creciente de demócratas e
independientes. La laboriosa presión de los autodenominados grupos PROVIDA, en el Capitolio y fuera de él, ha logrado una inversión notable de las tornas en las opiniones sobre el aborto con respecto a los años noventa.
En 1995, un 56% de los estadounidenses se manifestaba a favor de la
legalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Eran mayoría,
por tanto. Hoy, esas cifras han cambiado posiciones y el apoyo a esta
prestación está en un mínimo histórico: solo un 41% dice estar a favor
del aborto y un 50% asegura estar en contra, según un sondeo anual de
Gallup.
En Europa no hay una encuesta similar, pero las iniciativas para
restringir la interrupción del embarazo se suceden, aunque con poco
éxito. “Ningún Gobierno ha tocado sus normas para endurecerlas, aún,
pero las propuestas son cada vez más drásticas”, analiza Irene Donadio,
de la Federación Internacional de Planificación Familiar
(IPPF) European Network. En España, el Gobierno de Mariano Rajoy ha
confirmado que modificará la ley —que actualmente permite a la mujer
abortar sin dar explicaciones hasta la semana 14 de gestación— para
limitar la prestación. Pero no está solo.
El año pasado, en Hungría, el Gobierno del ultraderechista Viktor Orban
modificó la Constitución para introducir en un artículo que la vida
debe protegerse “desde su concepción”. Aunque el país —donde el aborto
es libre hasta la semana 18— no prevé aún ninguna reforma. También
Suiza, donde se votó una propuesta ciudadana para eliminar el aborto de
la financiación pública; o Rusia, que pretendía obligar a las mujeres a
escuchar el latido del feto, han paseado por ese camino.
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