“No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13), “el que tiene
bienes del mundo y ve a su hermano que tiene necesidad y le cierra sus
entrañas, ¿cómo podrá estar el amor de Dios en él?” (1 Jn.3,17), “tuve
hambre y me disteis de comer…(Mt 25,35…)” por citar unos pocos textos
del Nuevo Testamento.
Estamos de acuerdo con ellos –¡en teoría!– y con los demás que
condenan la riqueza, la avaricia, la acumulación, pero lo importante es
actualizarlos y vivirlos en las situaciones que nos está tocando vivir.
Voy a intentarlo con unas cuantas sugerencias relativas a nuestra
presente situación social, económica, financiera, política… y cristiana.
La crisis que estamos atravesando y que, por mejor decir, nos atraviesa,
ofrece, según el conocido principio de que no hay mal que por bien no
venga, una buena ocasión para examinar individual y eclesialmente la
calidad de nuestra reflexión y práctica cristianas. Ocasión de traducir a
la actualidad principios evangélicos. Quizá no sea tan evidente a
primera vista la relación entre Lehman Brothers, mercados, entidades
financieras y bancarias, reforma laboral, etc. con esa doctrina y con la
presencia evangelizadora de la Iglesia como institución, especialmente
con esta última. Hay una tendencia real a considerar estas realidades
como, de alguna forma, lejanas al mensaje de Jesús, autónomas y sujetas
sólo a consideraciones técnicas, a las leyes del mercado, de la oferta y
la demanda… Aunque de sobra sabemos que no es así.
Por Federico Pastor Ramos
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