De siempre hemos tenido problemas a la hora de evaluar lo que ocurre
con nuestros movimientos sociales. A duras penas esos problemas podían
faltar en el caso del 15-M. Por momentos parece que se ha extendido, con
respecto a este último, un pesimismo sin límites que no
aprecia otra cosa sino un permanente declive. En la gestación de
ese estado de ánimo se dan cita, por una parte, los pesimistas
‘internos’ –aquellos que no ven sino rasgos negativos
en el movimiento— y, por otra, los ecos de lo que cuentan los medios
de incomunicación del sistema.
A esos medios que acabo de mencionar sólo les interesa el 15-M
cuando hay algo gordo de por medio. Le prestan atención, las más
de las veces amañada, a los episodios en lo que se revela –o
eso dicen— algún tipo de violencia y procuran acompañar,
por citar otro ejemplo, macromanifestaciones como las registradas el 19
de junio o el 15 de octubre del año pasado. Nada quieren saber,
en cambio, del terreno en el que en los hechos se dirimen la realidad
y el futuro del 15-M: el del trabajo cotidiano, a menudo sórdido
y poco vistoso, de un movimiento que afortunadamente permanece vivo y
activo. Cuando se asume esa tarea que los medios prefieren esquivar, la
imagen del 15-M no invita precisamente al pesimismo. El movimiento está
ahí, su presencia y sus iniciativas son constantes, no ha perdido
un ápice de radicalidad contestataria, ha propiciado el asentamiento
de una nueva identidad crítica y sigue dejando bien a las claras
que algo ha cambiado, y para bien, en la cabeza de mucha gente.
Por Carlos Taibo
No hay comentarios:
Publicar un comentario