José Luis Garayoa
está tan asombrado con Excalibur como el mundo entero cuando leyó la
noticia de las macroprotestas organizadas para que no sacrificaran a
este perro, que había convivido con la primera enferma de ébola
contagiada fuera de África. No es que a José Luis Garayoa no le gusten
los perros. Tampoco yo voy a entrar en la disquisición de si debíamos
haber hecho algo por la vida del can, pero de lo que estamos convencidos
este misionero y yo es de que algo falla cuando la sociedad sale a la
calle por un perro y no por los niños sierraleoneses que se mueren en
sus brazos. Es verdad que la distancia hace el olvido, pero no es menos
cierto que la potencia de los medios de comunicación nos hace más
sencillo conocer la vida de quienes están en otra lejana latitud.
Por María Solano
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