La pobreza y la desigualdad han
llegado a nuestras casas. En realidad, siempre estuvieron en nuestras
calles. Cuando éramos la octava potencia mundial, 2 de cada 10 personas
vivían en la pobreza y la exclusión. Sin embargo, la crisis –o mejor
dicho, la estafa- que estamos viviendo, ha incrementado escandalosamente
esas cifras. La pobreza se ha instalado en nuestros hogares con la
complicidad de gobiernos que le han abierto puertas y allanado el
camino.
España ostenta el vergonzoso segundo puesto en desigualdad en Europa,
después de Letonia. El 27% de la población, más de 12 millones de
personas, viven en situación de pobreza y exclusión. A pesar de convivir
con esta realidad a diario, las generalizaciones sobre la pobreza y las
personas pobres se han difundido cual mantra para justificar
situaciones injustificables e incluso respaldar políticas públicas de
dudosa moralidad. Así ha sucedido al hablar de las situaciones de
pobreza extrema en ciertos países y sucede ahora al hablar del nuestro.
Las razones políticas o económicas se desdibujan gracias al peso del
argumentario individualista basado en la meritocracia que sostiene el
sistema neoliberal: “algo (no) habrán hecho”.
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