Mientras los monjes enrollan en silencio los tallarines con bitxo servidos en el refectorio del monasterio de Montserrat, uno de ellos lee la Elegía por Babilonia, de Jeremías. "¡Sálvese quien pueda! No perezcáis por su pecado, porque el Señor va a vengarse de ella y a pagarle como se merece", advierte el profeta, que anuncia que Dios acabará implantando la justicia. Son los dos menús que alimentarán hoy a la comunidad benedictina, en la que Bernat Juliol, un abogado de 32 años, ha profesado. "San Benito enseña que la comida debe servir para alimentar el espíritu", explica el monje.
Juliol ha cambiado de nombre porque ha cambiado de vida. Sus padres lo
bautizaron como Daniel. "Hay gente que me dice: 'No entiendo lo que
haces en Montserrat, pero te respeto'. A todos les sorprendió mi
decisión", relata. Frente a una taza de café negro, en una sala del
recinto monástico, explica su trayectoria: "Cuando acabé la carrera,
empecé a trabajar en un despacho de abogados. Me gustaba. Veía que podía
ayudar a mucha gente. Pero cuando llegaba a casa pensaba: 'Me falta
algo'. Y cuando piensas muchas veces 'me falta algo' es hora de ver qué
te falta".
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