Cracovia puede estar satisfecha de su acogida durante la XXXI Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), fruto del trabajo conjunto de Iglesia y Estado. El éxito ha sido posible, sobre todo, por la entrega de los voluntarios y la calidez de los polacos, que abrieron en masa las puertas de sus casas para recibir a los peregrinos.
La ciudad se blindó en materia de seguridad, dada la excepcional coyuntura y los riesgos que implicaba este multitudinario encuentro, tras el primer atentado yihadista contra la Iglesia católica en Europa y la detención de un iraquí con explosivos en Lodtz.
El Papa inició precisamente su viaje a Polonia con una respuesta firme ante esta amenaza. Así se lo hizo saber tanto a unos jóvenes que no se dejaron contagiar por el miedo, a los católicos tentados de levantar muros contra el islam, como a los políticos que criminalizan a la religión de Mahoma. No hay una guerra de religiones, el islam no es una confesión violenta y la única respuesta de la Iglesia pasa por la fraternidad. “No vamos a gritar contra nadie, no vamos a pelear. No queremos vencer al terror con más terror”, sentenció Francisco en lo que viene a ser el protocolo de actuación ante futuros ataques.
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