1912, desde el 5 de agosto a mediodía hasta el 9 a las 5 de la tarde, las horas
transcurrían lentamente unas veces y muy deprisa otras: días y horas en que se
libraban varias batallas; vida y muerte luchaban en el cuerpo de la M. Cándida;
también habría batalla en su espíritu: la fe, la confianza en Dios, su deseo del cielo,
tantas veces manifestado, no podrían impedir el dolor y la tristeza por sus hijas, por las
personas queridas que dejaba, así lo pienso, porque si la Madre era una mujer santa,
nunca dejó de ser una mujer de rica afectividad. Y otra batalla se daba junto a ella, las
hijas queriendo confiar como habían aprendido de ella y, a la vez, temiendo la
ausencia, preguntándose por un futuro incierto, lucha de sentimientos.
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