La
personalidad y las acciones del Papa Francisco impresionan e
interpelan: por ejemplo, ese viaje a Lesbos que acaba con unas familias
refugiadas en su propio avión. Su talante de misericordia conmueve
cuando acoge las dificultades reales de personas y familias. Se alaba la
claridad de sus discursos, homilías y palabras cuando es autocrítico,
en palabras y hechos, incluso con la jerarquía de la Iglesia… Pero, y de
eso no tiene culpa él, tengo la sensación de que mucha gente en la
Iglesia se “esconde” -nos escondemos- detrás del Papa…
Se esconden, nos escondemos, cuando tras alabar y ponderar el
compromiso del Papa con y por los pobres seguimos actuando con
indiferencia hacia ellos y su suerte, e incluso tomamos decisiones que
no tienen que ver con el bien de los pobres o que anteponen el bienestar
personal o institucional a la suerte de los mismos. Es posible que
podamos hablar ya del Papa de los pobres, pero no creo que podamos
hablar ya de esa Iglesia pobre y de los pobres que soñaba Francisco en
los momentos primeros de su pontificado.
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