08 septiembre 2015

Carta pastoral del arzobispo de Madrid con motivo de la constitución de la Mesa por la Hospitalidad de la Iglesia en Madrid.

Con motivo de la jornada de ayuno y oración por la paz en Siria, en Oriente Medio y en el mundo entero, convocada para el 7 de septiembre de 2015 por el Papa Francisco, en la víspera de la Natividad de María, Reina de la Paz, os quiero acercar a todos los cristianos, hombres y mujeres de buena voluntad lo que el apóstol San Juan nos recuerda: “Amaos unos a otros, ya que el amor es de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. […] También nosotros debemos amarnos unos a otros” (1Jn 4,7-11).
Este momento tiene rostros, situaciones y personas a las que el Señor, a través del Papa Francisco, nos está llamando para que realicemos los que nos pide. Tenemos una oportunidad singular para ofertar a lo que más necesita el ser humano: sentirse amado.
I.- UNA TRAGEDIA LLAMA A NUESTRAS PUERTAS… Y SE SUMA A OTRAS
I.- Mi última carta pastoral se titulaba “Nunca robemos la dignidad del hombre” y buena parte de ella estaba dedicada a la crisis de los refugiados. No me ha parecido suficiente y he querido hacer una reflexión más amplia y, sobre todo, trazar directrices para la acción que sean operativas y que respondan al llamamiento a gestos concretos de hospitalidad que ayer mismo nos hacía el Papa Francisco en el Ángelus dominical.
Todos somos conscientes de que una nueva catástrofe nos sacude la conciencia y llama a las mismas puertas de Europa. La catarata de noticias e imágenes de estos días nos han conmovido como seres humanos y como creyentes. Sabemos que en nuestra diócesis muchas personas siguen sufriendo el flagelo del paro, la precariedad laboral, la exclusión y muchas formas de vulnerabilidad personal y social. Ello nos desafía a vivir la verdadera solidaridad, que conlleva en sus entrañas la cualidad de la universalidad y nos impide caer en la tentación de las “disputas entre nuestros pobres y los que llegan”. Todos son pobres de Cristo, todos son hijos de Dios. Todos tienen derecho a reclamarnos, en un mundo en el que la pobreza no es un problema técnico, sino ético, una verdadera justicia social global. Responder con eficacia, humanidad y prontitud a unas y a otras situaciones corresponde a las autoridades públicas y a los organismos competentes. Pero ello no obsta para que la sociedad civil, y la Iglesia católica en particular, no tenga una palabra que decir y, sobre todo, un grano de arena que aportar para aliviar tanto dolor ajeno. Es cuestión de humanidad y a la Iglesia, que quiere prolongar la mano acogedora de su Señor, nada humano le puede ser ajeno.
El dolor humano es la experiencia más universal y quizá por ello tiene la capacidad de movilizar lo mejor de nosotros mismos. Quizá por esa razón, hemos visto como los gobernantes de la Unión Europea han ido evolucionando hacia posiciones más  solidarias y respetuosas con las exigencias de los tratados en materia de protección internacional. También la sociedad civil se ha conmovido por esta debacle que nos recuerda otras muchas que, tal vez porque nos resultaron más lejanas o no fueron tan profusamente cubiertas por los medios de comunicación, no nos provocaron la movilización de esta. Desde el tejido social se han ido realizando diversos ofrecimientos que tienen en común el poner en valor la hospitalidad y la fraternidad; expresiones de la verdadera fe cristiana y de la ética de la acogida y el cuidado, lugar de encuentro de todos los hombres y mujeres de buena voluntad.
No se trata de hacer carreras para ver quién es más solidario (...)
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