Hace sólo unos días el señor Manesis, un jubilado griego, llegó a rastras, desfallecido y casi sin aliento hasta el número 31 de la calle Elispondou, en un barrio residencial a las afueras de Atenas.
"No sé lo que me ocurre. He perdido cuatro kilos y medio en sólo dos
meses", se lamentó después de sentarse en una silla, beberse un vaso de
agua y recuperar un poco las fuerzas. "He ido al hospital público y allí me han dicho que las pruebas que me tendrían que hacer para averiguar lo que me ocurre son muy costosas y que me las tengo que pagar de mi bolsillo. Pero no tengo dinero, mi pensión es muy modesta".
Cáncer. Un cáncer de pulmón muy agresivo y ampliamente extendido. Eso es lo que tenía el señor Manesis.
En el número 31 de la calle Elispondou están por desgracia habituados a casos como el suyo. Aquí se encuentra una de las alrededor de 60 farmacias sociales
que en los últimos años han surgido por toda Grecia para tratar de
paliar el grave deterioro que sufre la sanidad pública y para dar
asistencia a los tres millones de personas, tres millones, que en un país de casi 11 millones de ciudadanos no tiene derecho a recibir tratamientos médicos
ni medicinas por parte de la Seguridad Social. Y aquellos que sí que
tienen derecho a la sanidad pública ven como los fondos menguan de día
en día, como el personal que se jubila no es reemplazado, como cada vez
es más abultada la lista de medicamentos que no cubre la Seguridad
Social y como las listas de espera se hacen casi eternas.
Por Irene Hernández
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