Dos agentes de Policía llegan a tu puesto trabajo. Te
piden que les acompañes a comisaría. En solo 48 horas, la vida que has
construido con mucho esfuerzo durante 20 años se ha esfumado. Estás de
vuelta en tu país de origen. Sin posibilidad de despedirte de tu mujer,
ni de tu hija. Ni siquiera de coger el pasaporte, ni de hablar con un
abogado. Esta situación la ha sufrido recientemente un ciudadano de Zaragoza, Abdul, que no ha podido evitar ser expulsado de España, pese a alegar arraigo -tener familia y un trabajo-, por sus antecedentes penales.
“Todavía no nos creemos el trato tan inhumano que ha recibido Abdul”, explica Mari Carmen Ferrero, miembro de las Hermanas de la Caridad de Santa Ana,
que regenta una empresa de inserción laboral dedicada a la venta de
artículos y ropa para niños, en la que trabajaba este hombre de origen
marroquí de 39 años. Según explica la religiosa, que lleva varios años
acompañando a Abdul desde que lo conoció en el centro penitenciario de Zuera, nunca se imaginaron “que finalmente fuera deportado y menos aún que no les avisarían de la fecha”.
Por Irene Alconchel
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